Roger se alojaba en la parte alta de la ciudad, se dirigió hacia allá a pie, hacía uno de esos días en que cualquier pena se hacía el doble de pesada. El otoño se derretía; se oía por todas partes, en la calma soleada, al subirse las persianas, en los techos de las azoteas de enfrente. Las calles y las casas, y la muchedumbre que se interponía entre ellos le resultaban horribles. Cuando por fin llegó al lugar, una repentina conciencia de todo lo que arriesgaba frenó sus pasos.
Daba la impresión de que ella le miraba así durante una eternidad, y que, mientras lo hacía, recorría todo el círculo de emociones y la absoluta realización de la existencia. Ahora comprendía el secreto del universo, y el secreto del universo consistía en que Roger era el único hombre en él. De pronto sintió que la agarraban. Roger estaba detrás de ella. Así se quedaron durante un rato, escrutando el cambio en el rostro del otro.
Había algo en su expresión, en su sonrisa, en la elegancia de su gesto de triunfo acostumbrado, en la serenidad de su porte, pero era su especial encanto lo que parecía derretirse y descender con una gracia bondadosa y considerada, dejando caer, desde la cúspide, un pequeño temblor, el hilo de seda que poco a poco iba dibujando una gran sonrisa. Roger sintió que había muy poco que temer de ella y entonces, con la sensación de flotar sin deshacerse en su presencia superior, la besó.
Un collage de fragmentos de EL PROTECTOR- HENRY JAMES