lunes, 13 de junio de 2016

Crónica del joven poeta.




Conseguí que algunas noches se detuviesen frente a mis ojos.
Viajé por muchas ciudades y algo de mí se quedó en todas ellas.
Traté de describir el horizonte en 140 caracteres
pero el horizonte jamás supo describirme a mí.
Hablé de Bukowski, sosteniendo una botella vacía,
sin que ni siquiera me temblasen las manos.
He sobrevivido a la muerte varias veces en poco tiempo.
Me he partido en dos frente a un espejo roto
en cuyas grietas
se detienen las sombras de mi vida.
He corrido con los ojos cerrados
para intentar alcanzar el corazón del frío.
Busqué razones para desangrarme, aprendí a estar hambriento,
traspasé mi propia piel
para acariciar la fiera que nace dentro de mi pecho.
He buscado -sin éxito- en el incendio de mis cuadernos
las claves para desencriptar las contraseñas del lenguaje.
Me he arrastrado sobre el papel como un lobo herido.
He dejado sueños olvidados en el cráter de una almohada vacía.
¡Ya no me asusta el vértigo de rendir cuentas
frente a los destellos del recuerdo!

Pues ahora que
 sigo siendo el mismo
-o apenas nadie-
me he dado cuenta de que
ni siquiera sé escribir
y sólo intento caminar descalzo
por encima de la nieva
sin quemarme los pies.