domingo, 19 de abril de 2015

Elipsis


Tuvo que pasar el tiempo
desde que amé por última vez.
Tuvo que morir Florentino Ariza y Lauren Bacall
Robin Willians y parte de Whitman con él.
Salvatore Roncone en el Berlín de Lou Reed,
la voz de cigarrillos de Clint Eastwood ,
la Avellaneda sin tregua de Benedetti,
el Wilt de Tom Sharpe.
Entonces te volví a encontrar y
no supe que decir. Mis palabras
sonaban como un piano solitario
que prolongaba la tormenta,
las tuyas como la inflamable explosión de un cometa
frente a las aceras de mi conciencia.
Estabas unos años más cansada
y me contaste
que tus llaves abrían otras puertas.
Yo te conté que jamás
 fui más lejos que a ninguna parte,
que desde que te dejé marchar
busco cicatrices en los contornos
de una luna que me acompaña
en todas esas noches
que pretendo recordarte.
Luego comenzó a llover
 y tenías que irte.
"Sigues oliendo como los barcos mojados"
-dijiste antes de salir corriendo-
y yo me quedé bajo la lluvia
persiguiendo tu rastro que se escurría
en la urgencia de los cuerpos
suicidándose contra los relojes
hasta reparar en tu paraguas
que desde aquella perspectiva
se había hecho demasiado pequeño
para salvarme de este precipicio.

Berlin by Lou Reed on Grooveshark

domingo, 12 de abril de 2015

Diecisiete

Teníamos diecisiete. Era verano y, frente a un viejo almacén de pescado, entre canciones en acústico, cejillas, arreglos y confesiones celebrábamos improvisadas Jam Sessions que grabábamos en formato cassette.

N estaba loco por G y compuso una canción. Dijo que se la cantaría ese mismo sábado en la playa del pequeño astillero, bajo aquel puente metálico en el que jugábamos a dejarnos la vida en tres segundos. G  era la quinta esencia de la simetría. Una chica de ciudad cuyos ojos eran como un paisaje con fronteras azules que convertía en afortunados a todo aquellos que observaban su horizonte . No obstante, su destino era coleccionar corazones que solía llevar escondidos en su bolso de mimbre.

Los días del calendario eran una escusa para llegar al sábado. Y llegó el sábado para sentirnos otra vez dichosos y agradecer entre latas de cerveza, miradas cautivas y deseos al aire que la vida no nos había tratado mal y que, a fin de cuentas, la fortuna podría sonreírnos.
 
La tarde se iba apagando entre risas, nostalgia y cigarrillos. La luz atornillada del faro giraba, nos miraba con paciencia y todos éramos marineros de diecisiete pendientes de la lluvia de estrellas.

N, asesino de cuerdas y acordes inventados, con esa voz recién levantada de los sueños, cogió su vieja guitarra por el mástil. G le acompañaba mirándole con la luz con la que se mira a una tormenta. Juntos, decidieron alejarse de nosotros caminando a un lugar entre la playa y el corredor de la muerte.

Una vez solos, frente a frente, la música empezó a sonar como si naciese del suicidio, y las palabras brotaban, salvajes, como olas que chocan al fin contra las paredes de roca desgastada. Cada estrofa era un velero desamarrado del puerto, una espiral de gaviotas anunciando  la lluvia.

Al fin se hizo el silencio y los ojos de N eran como las secuelas de un maremoto sentimental, como un impulso de cadáveres en la marea, como aquellos muertos que terminan en una orilla cualquiera. G no fue parca en agradecimientos, palabras dulces, besos (en la mejilla) y abrazos. Jamás los abrazos hicieron tanto daño. Porque los abrazos, aún capaces de construir, también derriban ciudades e incluso pueden  quemar tanto como una hoguera perenne.

La oscuridad definitiva cayó, todo resultó aplastado por la noche. La alegría desvanecida, igual que las prisas, la confianza y las ilusiones. Todo había terminada y  N siguió sentado durante mucho rato en el lugar del naufragio. Luego abandonó el barco casi hundido pensando que quizás alguien que no fuese él se habría ido con ella cuando la fiesta terminó. 

Aquella noche llovía, y mientras los gotas de un mundo que se caía a pedazos descansaban muertas en los cristales, N caminaba de vuelta a casa con su guitarra rota, por encima del puente metálico, en las calles oscuras y vacías frente a las persianas de los bares todavía entreabiertas como las heridas. Hacía frío y estaba solo. 

Cuando los pocos que quedábamos decidimos abandonar la playa comenzó a llover con más fuerza. La virtualidad de los deseos inalcanzados retumbaba en el silencio de la lluvia como una repetición de derrotas. Aquellas noche todos sentimos como nuestra la valentía de N, y sin embargo, una sensación de alivio afloró entre nosotros, pues a pesar de tanta desdicha, un maleficio se había apoderado de nuestros procesos morales y en el fondo todos nos alegrábamos un poco del naufragio de N
"Ya otros habían caído" pensamos en voz alta mientras dábamos la conversación por finalizada. Quizás fue en ese instante cuando cada uno de nosotros, en su foro interno,  procedió a repasar las cualidades de su rol. Ensayar de forma mental las posibilidades de éxito frente a G conducía a la conclusión de que, posiblemente, cualquiera de los que estábamos allí perdería la batalla si alguna vez llegaba a producirse.




Diecisiete by Fabián on Grooveshark



 G  trabaja actualmente en los servicios jurídicos de una gran empresa. Un día nos encontramos frente a frente y, aunque algo castigada por el tiempo, el brillo de sus ojos mantenía ese oleaje que llevaba a todos los barcos al naufragio.

N desapareció, pero tiempo después supe que se dedicó a la música, y que su banda despuntaba por algunos escenario de Madrid. Su voz se parece mucho a la de Fabián

Toda esta historia, incluidas las iniciales, es real.