domingo, 25 de noviembre de 2012

Maletas perdidas-Jordi Punti


Hace dos veranos anoté el nombre de este autor en mi moleskine. Maletas perdidas pasó a engrosar una lista de títulos que nunca llegué a leer, puesto que la moleskine desapareció en una lugar de mi habitación trastero. 24 meses después, Jordi Puntí, me ha ido acompañando en la vorágine de los días, y en la tranquilidad de algunas noches, en las que dedicar 20 minutos a repasar el inventario de las maletas perdidas me ha acercado con cautela a los sueños.

Maletas perdidas es una ficción de largo recorrido, una novela de carretera. La historia de Gabriel Delacruz, un transportista melancólico que desaparece del mapa, dejando cuatro familias repartidas por Europa, cuyos hijos, que ignoran la existencia de hermanos de padre, se conocen por casualidad y comienzan a atar cabos en su búsqueda por conseguir respuestas.

Encuentros, despedidas, altibajos de la pareja, fotografías veladas por el tiempo, mil y una historias fascinantes a la vez que cercanas. El retrato de un personaje complejo, un auténtico trabajo de costura con lana de cuentos, perfectamente amarrados en el papel. Un viaje a los años 70, aquellos tiempos de comienzos del retraso de España, sofocada por el manto gris de la dictadura, viviendo aislada de una Europa que disfrutaba en plena efervescencia cultural, social y política.

He de decir una cosa: Esta novela es una de las mejores novelas que he leído este año. Una auténtica joya de gran nivel temático y formal. 

Niki go home

Niki GO home! from craine on Vimeo.

*Ayer en UTOPIC_US

(...) La idea encerrada en Fotografías: instantes detenidos, prolongación del papel y el recuerdo. Transformación al dibujo: fotografía en movimiento. Micorcosmos, sociedad giratoria. Cientos de historias de hombres, mujeres, niños, mascotas que penden de un hilo, observando cada movimiento del espectador.

 Radiografías de la cotidianidad en 4.335 millas de tinta. 

Enhorabuena Niki.

sábado, 10 de noviembre de 2012

1994


Susan Carlisle , así aparecía su nombre en una lista de siniestralidad del Ministerio del Interior, padecía una misteriosa enfermedad que los médicos no podían diagnosticar con precisión. Todas las consultas terminaban con el nombre de un medicamento indescifrable y el teléfono de algún especialista: un alergólogo, un neurólogo y varios psiquiatras que definieron su patología como un trastorno de la personalidad, originado por la adopción de unas pautas alimenticias inadecuadas.

Todo empezó en el año 1994, un día de mucho tráfico, en un atasco, detrás de un camión hormigonera. El humo de los tubos de escape danzaba como una nube de seda hasta traspasar su cuerpo, provocándole estornudos con los que dejaba escapar su alma. Sintió nauseas, paró el coche, cerró sus ojos,  bajó la ventanilla y, vomitó.

No le dio importancia, hasta que días más tarde, en el centro comercial, empezó a notar un leve cansancio acompañado de un calor asfixiante. Se detuvo para recuperar fuerzas en la tercera planta, cuando de pronto, se agarró a la barandilla. Con la mirada perdida en el caos ordenado de la multitud, que compraba en las plantas de abajo como un ejército de hormigas haciendo acopio de alimentos, empezó a asfixiarse. La respiración se hizo cada vez más densa hasta que perdió el conocimiento.

Estuvo poco tiempo en el hospital, pues pronto reanudó su vida. Intentó sumergirse en el trabajo, y cuando no trabajaba se imponía rutinas que le ayudaban a olvidarse de sí misma. Sus amigos le llamaban constantemente, pero no atendía a sus llamadas. Iba al gimnasio para aliviar su sentimiento culpable y, destruir calorías que acumulaba comiendo compulsivamente. Pronto empezó a tener vértigo en todo momento, miedo a las multitudes, odio a los perfumes, y un temor exagerado a los sueños, de los que se despertaba bañada en sudor. La televisión disparaba imágenes deprimentes, escuchar la radio era como vivir una pesadilla íntima, en primera persona, y los periódicos eran novelas de terror por entregas.

Su habitación era como las secuelas de una guerra, como una explosión llena de grises, negros, algo de sangre, y en el centro, el cráter de la cabeza en su almohada. Su cocina también carecía de orden, excepto su nuevo congelador, un modelo inteligente con control electrónico que incluso disponía de contraseña para abrir las puertas, con las que acceder a una fila de postres fríos, perfectamente alineados, como si fuesen una hilera de coches de colores en un aparcamiento subterráneo. El calor le asfixiaba y atiborrada de grandes dosis de chocolate, sufrió otra crisis de ansiedad.

Meses después, le molestaba la luz y la oscuridad en aquel hospital con olor a la lejía de la soledad, lleno de lunáticos con pañales putrefactos que gritaban sin cesar, hasta que les inyectaban un poco de olvido. Su pena luchaba atrapada en una camisa de fuerza, mientras las pastillas marcaban el rumbo de sus sensaciones controladas por los médicos. Cuando su cuerpo se había adecuado al sufrimiento como si fuese una condición de la existencia, le mandaron a casa- ese lugar inhabitable- donde a duras penas continuó su prueba piloto de vivir durante un tiempo. 

 Un día, en el que el verano y el calor le ahogaban, comenzó a padecer una recaída. Sus pies descalzos, que acababan de pisar el agua derramada con la que se tomaba el Prozak, dejaron una estela de huellas en dirección a la cocina. Su pequeño cuerpo dudó un instante frente al congelador, más vacío que de costumbre para su capacidad de almacenamiento. Marcó la contraseña, abrió la puerta y, excitada, arrancó los estantes como si fuesen una camisa en pleno acto de lujuria. Primero un pie, luego otro, entró y cerró la puerta. Cerró los ojos y descubrió como, sobre el interior de su frente, su vida se proyectada en imágenes como en un cine. 

Allí dentro olía a muerte limpia, helada y en dos pastillas pasado, presente y futuro se reconciliaron mientras su vida continuaba fotograma a fotograma. Repasó los buenos tiempos: su infancia feliz, sus paseos descalza en primavera, el recuerdo lejano de su primer amor.También todo aquello que le quedaba por hacer: sus proyectos aparcados, sus sueños perseguidos que no se habían cumplido. Entonces, una chispa de esperanza alumbró su mente y, lo comprendió todo, quería vivir y comenzó a gritar pidiendo auxilio, pero era demasiado tarde y, su voz y sus golpes, paulatinamente, comenzaban a quedarse sin fuerzas mientras la vida huía por carreteras heladas. Horas más tarde, la imagen se congeló. Una cifra encriptada en su mente surgió como una revelación: 1994 El año en que todo había comenzado y, también la contraseña para recordar su enfermedad cada vez que abría la nevera haciendo imposible la apertura de la puerta desde su interior.

*Mi estreno en el taller de escritura, con un final distinto tras la corrección.

domingo, 4 de noviembre de 2012

(I)nvierno

Enferm@ de ausencia,
con los pulmones encharcados de tinta
en la sala de espera del olvido
escribes cartas
lacradas con dolor. 

Y los plurales se hunden
en el océano del recuerdo,
mientras la lluvia
ha escogido tu terraza, 
entre tanto mundo,
para quemar(nos) de frío.

(...)A veces  no eres capaz de expresar como te sientes y sin embargo, escuchas canciones que hablan de ti.

Chuck Palahniuk- Al desnudo

ACTO 1, ESCENA 2

Si me permiten que atraviese la cuarta pared, me llamo Hazie Coogan.

No tengo vocación de dama de compañía a sueldo, ni tampoco de ama de llaves profesional. Ahora que soy vieja mi rol es fregar las mismas ollas y cazos que ya fregué en mi juventud -he hecho las paces con ese hecho-, y aunque ella no los ha tocado ni una sola vez en la vida, esas ollas y cazos siempre han pertenecido a la majestuosa y gloriosa actriz de cine, la señorita Katherine Kenton.

La elegante Katherine Kenton es mi dueña en la misma medida en que el piano es el dueño de Ignace Jan Paderewski... parafraseando a Joseph L. Mankiewicz, que me parafraseaba a mí, que soy quien dijo e hizo la mayoría de esas cosas inteligentes y deslumbrantes que más tarde contribuyeron a hacer famosa a otra gente. Es por eso por lo que puedo decir que ya me conocen ustedes. Si han visto ustedes a Linda Darnell en el papel de camarera de bar de carretera para camiones, colocándose un lápiz detrás de la oreja en ¿Ángel o diablo?, ya me han visto a mí. La Darnell me robó a mí ese detalle. Igual que Barbara Lawrence cuando soltó esa risa suya parecida a un rebuzno en Oklahoma. Ha habido tantas grandes actrices que me han mangado mis gestos más efectivos, y también la precisión de mi habla, que ya han visto ustedes artes de mí en las interpretaciones de Alice Faye y deMargaret Dumont y Rise Stevens. Reconocerían ustedes fragmentos de mí -una ceja enarcada, una mano nerviosa que juguetea con el cable de un auricular de teléfono- en incontables películas de antaño.

Si conseguís llegar al final, sin morir aturdidos por este empacho de nombres y apellidos, que recuerda un poco a Amerincan Physcho o Eva al Desnudo, descubriréis otro derroche de imaginación del gran Chuck Palahniuk , autor conocido por "El club de la lucha".

La historia como adelantan en la primera página trata de: 

Chico conoce a chica, chica se enamora de chico, ¿chico mata a chica?

La chica es Katherine Kenton, una gran estrella en proceso de decadencia, neurótica, especialista en divorcios, retornos profesionales y operaciones de cirugía estética al más puro estilo Elizabeth Taylor. El chico, un espécimen que responde al aparatoso nombre de Webster Carlton Westward III, encarna el papel de seductor bajo sospecha de dudosas intenciones.

La historia está peculiarmente contada en escenas y actos, por Hazie Coogan, persona que lleva años al servicio de la actriz velando porque sus deseos se hagan realidad, aunque realmente maneja su vida y sospecha de las intenciones del seductor, por lo que decide emplearse a fondo para destruir la relación. 

Como es de suponer, el libro tiene su giro sorpresa, y está contado de forma muy original, dado que se trata de un guión novelado con movimientos de cámara, escenas, y uso de las negritas para remarcar un sin fin de personajes y elementos importantes, sin que falte como siempre: dosis de humor negro, ironía y contundencia. 

Se abre el telón: Show businees, famosos, actores y actrices del cine mudo, teatros de Nueva York, prensa clásica del corazón, y otros tantos de una novela muy divertida. Ideal para desengrasar.