domingo, 30 de septiembre de 2012

Moon river



Te asomaste a la ventana de tu cuarto. Atardecía. Tras el cristal, la ciudad girando en dirección contraria a los sueños. Existe mucho mundo por conocer detrás del arco iris-dijiste-, pero tus ojos no alcanzaron a ver más allá del final de la curva. 

Luchaste por atravesar un puñado de charcos, un laberinto de cristales rotos. Participaste en esta casa de apuestas trasnochadas, trataste de comprender las olas batiendo en el mar, como las lágrimas de los recién nacidos. Los días clarean y oscurecen ¿Acaso esperas que alguien venga a salvarte? 

Fueron noches de vino y rosas, pero ahora, el río se desvanece. Se ahoga en el horizonte del mar, te saca  demasiada ventaja, tanta ventaja que, sin remedio, aunque el fracaso acecha, tendrás que reconciliarte con la luna.

* Un pequeño homenaje a esta pequeña joya que Andy Willians solía cantar.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Crónicas de un ascensor en otoño



El ascensor de un edificio de oficinas sube. Eme entra, interrumpiendo el cierre mecánico de las puertas. Ene proyecta una imagen tierna en el espejo.

Primera planta.

Ene: ha sido sorprendido por la lluvia, y empieza a sentir la humedad en sus calcetines de rayas. En los hombros de su americana se vislumbra el otoño derramado.

Eme: es la ostentación de la fragilidad. Camina sobre  pétalos de ceniza, dejando un rastro de caricias contenidas. Tiene una mirada dulce por debajo de su flequillo. Su vestido ha sido resucitado de otra vida.

Segunda planta.

Ene: despide las noches con una botella y ayer un cine lo encontró adormilado. Sueña con conducir por la autopista y buscar en la velocidad todas las respuestas.

Eme: tiene la paciencia suficiente para encontrar en lo noche su destino y, vegetando sin rumbo, se enfrente a la ausencia. 

Tercera planta

Ene: sabe de esguinces, paredones, anémonas y peces japoneses.

Eme: interpreta las constelaciones de la piel, colorea fotografías, hace tartas de chocolate y tiene un gato llamado Polar.

Cuarta planta

Ene: esconde unos mapas en el salpicadero de su coche, y escucha a Sufjan Stevens y Radiohead.

Eme: tocaba el Chelo, pero lo dejó sin remedio. Le gustan, a partes iguales, las películas que acaban con un beso y los poemas de Edgar Alan Poe.

Quinta planta

Ene: saca la cabeza de su mundo.  Se encuentra con la cuesta de los días, las tablas de excel, y la decadencia financiera.

Eme: teme la voz infectada de los clientes y el sonido devastador de los teléfonos.

Sexta planta

Eme: estornuda contra el espejo, captando la atención de Eme.
Ene: le ofrece un paquete de clinex de su bolsillo.

Séptima planta

Ene: tiene la mirada serena y el alma transparente. Eme tiene el corazón rojo y la piel blanca como la nieve.

A Ene le gusta los ojos tristes de Eme. A Eme su piel de naufrago entre depredadores. 

Octava planta

 Sus voces, continúan en silencio. Sus almas, ajenas a su expresión corporal, se rozan, acompasando una espiral de sentimientos que genera una energía extraña. 

Novena planta

Ene: siente la necesidad de ingeniar un plan. Necesita con urgencia desnudar el cuerpo de Eme en el ascensor, acariciar los contornos de su vida, dejar que sus bocas encajen.

Eme: cree en los caprichos del destino y adora las casualidades. Se imagina acariciando la barba despoblada de Ene con sus mejillas. 

Las puertas se abren. Los corazones se cierran.

Gracias por el clinex-dice Eme-. Espero que volvamos a vernos-intenta decir Ene-. 
Chicago by Cristina Rosenvinge y Vetusta Morla on Grooveshark

viernes, 21 de septiembre de 2012

Cosas por las que llorar cien veces-Kou Nakamura

Sí, es cierto, este libro provoca alguna que otra lágrima. Ideal para comenzar el otoño con algo de mar en los ojos, o por lo menos, con una lluvia fina en la mirada.

Nuestro protagonista celebra la recuperación de su perra proponiendo a su novia que se case con él. Deciden vivir juntos y ella enferma.

Quedaba con ella, cantábamos, nos reíamos, nos enfadábamos. Diariamente salía puntual del trabajo y me dirigía al hospital. Cada vez le costaba más hablar.Tenía las cejas despobladas casi por completo, y los brazos tan delgados que daba la impresión de que se le fueran a romper. Su voluntad se le había debilitado tanto que parecía transparente y, a veces, sonreía con tan poco fuerza que daba lástima.

Un día abrió los ojos y dijo que quería tomar leche. Algo sorprendido, fui al quiosco y compré un cartón de leche. Ella se incorporó sin ayuda. Después de mucho tiempo mostraba una sonrisa. Sin duda había vuelto la vitalidad a sus ojos. Saqué una de las manzanas y le pregunté,¿quieres?. Sí, respondió ella. Se la pelé poco a poco. Ella olisqueó la manzana, me miró, y tocó mi cara. Lo hacía todo como si estuviera descubriendo el mundo. Nos besamos y sus labios tenían un ligero sabor a manzana. Entonces nos pusimos a hablar. Su memoria estaba confundida, y lo que había pasado hace un mes se superponía con lo de hacía una año. Poco a poco dijo que estaba cansada y cerró los ojos. Yo me quedé mirando y, al poco, ella respiraba profundamente dormida.

Dormía como un viejo delfín que salía a la superficie para respirar. Eso era lo que parecía. Fuera comenzó a nevar. Volví a mirar hacia la cama y vi que ella me estaba mirando y dije:
¡Nieve! 

No respondió sino que se quedó mirándome fijamente. Sonreí, pero su expresión no cambió. Le cogí una mano. Una hilera de lágrimas comenzó a derramarse por sus ojos como una película con los fotogramas muy espaciados.

Todo irá bien-dije yo-. Todo irá bien.

*Siguiendo la pista de autores japoneses actuales, encontré a Nakamura. En la contraportada entroncan al autor con la tradición de los libros de Murakami y Banana Yoshimoto ( esta última es de mis imprescindibles), y también con la sensibilidad de Amelie Nothomb (que tiene sus admiradores y detractores). 

Por un momento, en los principios, llegué a pensar que me encontraría con un texto pusilánime, un poco ñoño, pero en absoluto. El texto funciona bien, es fresco, prácticamente sin adornos, carente de toda pretensión, y ejemplo de esa cotidianidad sensible que caracteriza a la literatura japonesa actual, de sensorialidad empapada, que alcanza lo poético sin rebuscar demasiado. 

sábado, 15 de septiembre de 2012

AL FINAL DE LA ESCAPADA


A veces cierro los ojos y me siento como si viviese al límite, al final de una escapada.

Terciopelo y trompetas. Tráfico en París por la plaza de la Concorde. Un motor descapotable dejó de rugir. Unos cristales opacos miraron a través de mi. El humo de un cigarrillo desvanecido en el aire se repite en cualquier instante. Desde la ventana, la luz  parpadeante de los semáforos juega a encenderse y apagarse, igual que todos los besos de este mundo. Hay un puñado de palabras tristes en un periódico, un sombrero sobre la mesa, y  la camisa de Michael sobre el cuerpo de Patricia.

PATRICIA: Entre la pena y la nada escojo la pena, y tú, ¿tú que escogerías?

MICHAEL: La pena, es idiota. Yo elijo la nada. No es mejor, pero la pena es un compromiso. Tiene que ser todo o nada y ahora lo sé...

Él la besa el hombro desnudo que se va asomando, tiene el sombrero sobre la cabeza y fuma. 

ALGUIEN : ¿Porqué cierras los ojos?
YO: Para que todo se haga blanco y negro, pero no lo consigo, nunca es completamente negro.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Aeropuertos


Junto a los ventanales, las nubes y la pista de aterrizaje vierten un veneno romántico en la modernidad, y cada cual espera su salida. Alegrías, nostalgias, inquietudes, un cansancio de mundo. En las pantallas electrónicas se baraja el destino, aletean los nombres de ciudades extrañas. Yo la veo marcharse, cruzar entre viajeros. Mira las nubes y por fin se aleja en busca de su isla, donde química y muerte resultan naturales, y las altas palmeras son de plástico.

*Luis Garcia Montero-Escala en Barajas

Tuvieron que separarse frente al control de equipajes. Él estaba justo detrás de la puerta de cristal que daba a la pista. Tras cada uno de sus movimientos ella se daba la vuelta y le saludaba con la mano. En la escalerilla del avión se volvió por última vez, sonrió y lloró, y se llevó la mano al corazón. Cuando desapareció en el interior del aparato, él siguió agitando la mano en dirección a las ventanillas, sin saber si ella lo seguiría viendo. Después los motores se pusieron en marcha, los propulsores giraron, el avión rodó por la pista, fue acelerando y se elevó.

*Bernhard Schlink-Mentiras de verano


El avión despegó igual que un pájaro huyó de su cabeza, sus alas comenzaron a rajar el cielo, con precisión, trazando la linea recta de la distancia. Con la mirada puesta a doce mil pies se lo ocurrió todo aquello que no dijo, o que no supo decir, cuando llegado el momento, tuvo su oportunidad. 

No te marches. Quédate conmigo. Construiremos un mundo nuestro, con escaleras hacia la luna. No te vayas. Prometo abrazarte un poco todos los días. Besarte en los ojos, prestarte mi chaqueta de lana. Compartiremos el cajón de los calcetines, una manta, el otoño, metros y metros de fotogramas y todos los amaneceres de esta vida. 


Y sin embargo le dijo: recordaré estos días mejor que algunos años de mi vida. Prométeme que  sonreirás cuando pienses en mi. 

*Mi pequeño y modesto atrevimiento