sábado, 22 de diciembre de 2012

Clarice Lispector- La hora de la estrella

(...)Ella había nacido con malos precedentes y ahora parecía una hija de no-sé-qué con aire de pedir disculpas por no ocupar un espacio. En el espejo, distraída, examinó de cerca las manchas de su cara. En Alagoas se llamaban panos, decían que venían del hígado. Ocultaba las manchas con una capa espesa de polvo blanco y, si se veía medio revocada, era mejor que verse pardusca. Toda ella estaba un poco sucia, porque raro era que se lavase. De día llevaba la falda y blusa y de noche dormía con la enagua. Una compañera de cuarto no sabía cómo advertirle que olía a mugre. Y como no sabía, se quedó en eso, porque tenía miedo de ofenderla. Nada en ella era iridiscente, aun cuando la piel de su cara tuviese entre las manchas un ligero brillo de ópalo. Pero no importaba. Nadie la miraba en la cale, ella era café frío.

Así pasaba el tiempo para esta chica. Se sonaba la nariz en el dobladillo de la enagua. No tenía esa cosa delicada que se llama encanto. Sólo yo la veo encantadora. Sólo yo, su autor, la amo. Sufro por ella. Y sólo yo puedo decirle así: "¿Qué habrá que me pidas llorando y yo no te dé cantando?" Esa muchacha no sabía que ella era lo que era, tal como un cachorro no sabe que es cachorro. Por eso no se sentía infeliz. Lo único que quería era vivir. No sabía para qué, no se lo preguntaba. Quien sabe, tal vez encontraba que había una ínfima gloria en vivir. Pensaba que una persona está obligada a ser feliz. De modo que lo era. ¿Antes de nacer ella era una idea? ¿Antes de nacer estaba muerta? ¿Y después de nacer iba a morir? Pero qué fina tajada de sandía.

Clarice Lispector.


Hace no mucho escuché hablar mucho y bien de C. Lispector. Alguien dijo que C. Lispector era de lectura obligada para todo aquel que concibe la literatura como algo más que una afición. Leer a Lispector no es fácil, y no todo el mundo está preparado para su lectura-escuché-.

He leído que en sus libros te pierdes. Es inevitable. Porque su obra es una pérdida. Un extravío. La norestina, personaje protagonista de La hora de la estrella, aparece con los rasgos de la víctima perfecta, y, sin embargo, ¿es realmente una víctima o una heroína? Días, nombres y espacios aparecen diluidos en un personaje que se alimenta constantemente en su propia debilidad. Y esa es su fortaleza. 

Ante este panorama comencé a leer a C. Lispector predispuesto a no comprender, pero finalmente, adentrarse por las enredaderas de su mundo ha sido una agradable expedición. Sus palabras convertidas en imágenes, su impacto lírico, su complicada estructura formal y ese narrador extraño del que podría debatirse durante horas, son las claves de esta autora.  Pasadas varias semanas, aún mantengo esa digestión, lo suficientemente pesada como para prolongar la evocación de su nombre en pensamientos a lo largo de la espuma de estos días...

(habrá que profundizar en su obra).

domingo, 16 de diciembre de 2012

La felicidad

He vivido muchas cosas y creo que ahora sé lo que se necesita para ser feliz: una vida tranquila y alejada en el campo, con la posibilidad de ser útil a otras personas con las que resulta fácil hacer el bien, y que no están acostumbradas a que las ayuden. Quizá un trabajo que sea de algún provecho, y luego descansar, la naturaleza, libros, música, el amor al prójimo. Esa es mi idea de la felicidad. Y para culminar todo lo anterior, que usted fuera mía, y que tuviéramos hijos tal vez, ¿que más puede desear el corazón de un hombre?

L. Tolstoi



*Y tú, ¿qué necesitas para conquistar la felicidad? Puede que buscar una carcajada sin olvidarte del mundo. Rodearte de aquell@s que consiguen hacerte dichoso. Ser fiel a ti mismo y no contradecir demasiado tu filosofía sobre las cosas. Jamás perder la inquietud y así evitar creer lo que te dicen. Hacer algún viaje de vez en cuando y, cruzar la frontera para conocer personalmente si la vida es igual de jodida desde el otro lado. Dibujar sueños de colores sobre una casa de papel en Canadá. Regresar de un paseo sin aceras, con hojas pegadas en las suelas de las zapatillas y, poner un buen disco en lugar de encender la televisión. Tener plantas a las que cuidar, un cuerpo para emborracharse amando, muchos libros en las estanterías y algunas fotografías en las que sonríes. Salir adelante, despegar, volar sin aviones, vivir...

sábado, 15 de diciembre de 2012

Democracia- Pablo Gutiérrez

El trabajo desarrolla y perfecciona las aptitudes del individuo. Cuando se ejerce de acuerdo con los gustos e intereses del trabajador, es una fuente de satisfacción y estímulo, es decir, una fuente de realización personal.
Sea grato o ingrato el trabajo que realizamos, siempre debemos aceptarlo como un reto que nos obliga a capacitarnos y exigirnos una verdadera ética profesional.

Sociedad 8, Educación General Básica
Santillana 1985


En el 2008, Lehman brothers se cae. Marco es despedido. Un mundo de sueños artificiales se desvanece. La vida estalla, se rompe en mil pedazos hasta convertirse en el inframundo en el que vivimos.

(...)Lehman brothers se desplomó delante de las narices del mundo atónito el mismo día que Marco fue despedido. Coincidencia cósmica: en dietario de infortunios universales su insignificante tragedia empequeñeció frente a aquel monzón bursátil que, como dicen los locutores con precisas metáforas, quebraría los cimientos del blablabla internacional.

Marco debería sentirse orgulloso, de algún modo participó en un acontecimiento formidable, hito histórico, caos apocalíptico, devastador episodio y todos esos adjetivos tan bien escogidos que los periódicos engruesan en las papillas. Sólo un imbécil sin perspectivas se dejaría llevar por el resentimiento en lugar de agradecer a los dioses de las finanzas su cuota en la pericia celestial; pero Marco, tan ingrato, es incapaz de apreciar la valiosa ofrenda, por más que busca dentro de sí no encuentra otra cosa que autocompasión y rencor. Cuando sube a la azotea en sus mañanas ociosas tan sólo piensa yo era bueno en esto, era aplicado y sumiso, nunca me retrasaba, nunca flaqueaba, no merecía una suela aplastada en mi culo.

Marco es despedido. Su historia sería como la de tantos otros si no es porque comienza a salir a la calle para escribir versos en las paredes de la ciudad, fuente de inspiración para tres jóvenes anarquistas.

en la turbia antesala no acierta
con la manga la mano quebrada de temblor.
Huiré,
arrojaré el cuerpo a las calles.
Arisco, enloqueceré.

Si hubiese que hacer una lista con los libros de año, Democracia de Pablo Gutierrez debería estar en esa lista. Es un relato inteligente, actual, vivo, incendiario, contado por un voz poderosa, deslumbrante. Una narración explosiva, con mucha fuerza. Elogiado por la crítica  por su estilo transgresor disparando palabras. 

Democracia es la intrahistoria de la prosperidad simulada, el mal despertar de un sueño que nos inyectaron mientras dormíamos: Simulacro del engañoso bienestar, felicidad instantánea, dinero fácil e hipoteca abierta.

Ha pasado el tiempo, el reloj al revés, las agujas acelerando en sentido contrario. Las injusticias más descabelladas, la democracia convertida en un arma despreciable que dispara contra todo. Casi nadie puede salvarse y, cualquier ciudadano (al menos la mayoría) tiene algún motivo para vomitar frente al sistema. Los servicios sanitarios se cierran, se merman o se privatizan. Los colegios cuentan cada vez con menos profesores. las tasas universitarias se disparan. La cultura se hunde. El pequeño comercio echa el cierre. Se rebajan los sueldos de los que se salvan. La inversión se destina a entidades bancarias incompetentes. Casi nadie ha sido condenado por corrupción y los grandes empresarios no renuncian a parte de sus beneficios. Lejos de calmarse los mercados, como preveían con la entrada de la derecha, la prima de riesgo se dispara. El presidente del gobierno, del que casi nadie se fía, es un pasmarote desaparecido y cuando aparece, desalienta, desespera y deprime con su discurso de otra época. 

Ya no existe esperanza, ni siquiera fingida. 

sábado, 1 de diciembre de 2012

Retrovisores

Foto: Elliott Erwitt
 
Nos conocimos en algún lugar de la frontera entre sueños y recuerdos. Fuiste mi casualidad: esa señal luminosa nacida para ser estrella fugaz. Yo estaba dispuesto a acariciar tu espejo retrovisor y vestirme con tus ojos mientras te miraba en silencio.

Sonando aquella canción- que solía escuchar mientas quemaba vida en noches de mala poesía y azoteas- pisaste el acelerador. Encendimos el piloto automático de las palabras y, el tiempo envasado se reventaban para nosotros. Me dijiste que la gripe sólo se cura con abrazos, que existen capas del alma que nadie ha conseguido acariciarte.

Mis labios de velcro y la fibra enmarañada de tu boca quedaron abrochados. Nos desnudamos del mundo y, nuestra ropa tirada por los suelos parecía un paisaje de otoño en aquella buhardilla con los ventanales rotos. Nuestros cuerpos juntos, como piezas ensambladas de un mecanismo extraño, obedeciendo únicamente a la sensorialidad salvaje del instinto, hasta que la calma aparecía, y nos encontraba enroscados con la respiración perdida entre algas y arena.

Luego mi horizonte doblado contra el tuyo: papiroflexia del alma, mapas de papel, aeroplanos de tinta y velocidad parsec con destino a tu pensamiento lateral. Bases aéreas, desencuentros, cartas de navegación hacia el naufragio, poemas canallas escritos en los espejos de la noche, canciones que nos hielan de frío, como cápsulas en formato MP3 con las que quitarse un poco la vida (de encima).  

Ha pasado el tiempo y en mitad de la madrugada, el zumbido del generador de energía se cuela dentro de mí como si fuese la manifestación consciente del silencio, entonces viajo por todas las capas de la pena hasta llegar despierto al vacío. Me levanto para luchar, con prisas. La vida huye en esta ciudad llena de gatos lamiéndose las heridas. La vorágine arrasa como una huracán que arranca las puertas de un vagón cualquiera. Y camino arrastrado por toneladas de carne en movimiento aplastando los andenes, y me dejo llevar, mientras busco en los paisajes de la nostalgia, desesperedamente,  fragmentos de algo que ni siquiera soy capaz de descifrar.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Maletas perdidas-Jordi Punti


Hace dos veranos anoté el nombre de este autor en mi moleskine. Maletas perdidas pasó a engrosar una lista de títulos que nunca llegué a leer, puesto que la moleskine desapareció en una lugar de mi habitación trastero. 24 meses después, Jordi Puntí, me ha ido acompañando en la vorágine de los días, y en la tranquilidad de algunas noches, en las que dedicar 20 minutos a repasar el inventario de las maletas perdidas me ha acercado con cautela a los sueños.

Maletas perdidas es una ficción de largo recorrido, una novela de carretera. La historia de Gabriel Delacruz, un transportista melancólico que desaparece del mapa, dejando cuatro familias repartidas por Europa, cuyos hijos, que ignoran la existencia de hermanos de padre, se conocen por casualidad y comienzan a atar cabos en su búsqueda por conseguir respuestas.

Encuentros, despedidas, altibajos de la pareja, fotografías veladas por el tiempo, mil y una historias fascinantes a la vez que cercanas. El retrato de un personaje complejo, un auténtico trabajo de costura con lana de cuentos, perfectamente amarrados en el papel. Un viaje a los años 70, aquellos tiempos de comienzos del retraso de España, sofocada por el manto gris de la dictadura, viviendo aislada de una Europa que disfrutaba en plena efervescencia cultural, social y política.

He de decir una cosa: Esta novela es una de las mejores novelas que he leído este año. Una auténtica joya de gran nivel temático y formal. 

Niki go home

Niki GO home! from craine on Vimeo.

*Ayer en UTOPIC_US

(...) La idea encerrada en Fotografías: instantes detenidos, prolongación del papel y el recuerdo. Transformación al dibujo: fotografía en movimiento. Micorcosmos, sociedad giratoria. Cientos de historias de hombres, mujeres, niños, mascotas que penden de un hilo, observando cada movimiento del espectador.

 Radiografías de la cotidianidad en 4.335 millas de tinta. 

Enhorabuena Niki.

sábado, 10 de noviembre de 2012

1994


Susan Carlisle , así aparecía su nombre en una lista de siniestralidad del Ministerio del Interior, padecía una misteriosa enfermedad que los médicos no podían diagnosticar con precisión. Todas las consultas terminaban con el nombre de un medicamento indescifrable y el teléfono de algún especialista: un alergólogo, un neurólogo y varios psiquiatras que definieron su patología como un trastorno de la personalidad, originado por la adopción de unas pautas alimenticias inadecuadas.

Todo empezó en el año 1994, un día de mucho tráfico, en un atasco, detrás de un camión hormigonera. El humo de los tubos de escape danzaba como una nube de seda hasta traspasar su cuerpo, provocándole estornudos con los que dejaba escapar su alma. Sintió nauseas, paró el coche, cerró sus ojos,  bajó la ventanilla y, vomitó.

No le dio importancia, hasta que días más tarde, en el centro comercial, empezó a notar un leve cansancio acompañado de un calor asfixiante. Se detuvo para recuperar fuerzas en la tercera planta, cuando de pronto, se agarró a la barandilla. Con la mirada perdida en el caos ordenado de la multitud, que compraba en las plantas de abajo como un ejército de hormigas haciendo acopio de alimentos, empezó a asfixiarse. La respiración se hizo cada vez más densa hasta que perdió el conocimiento.

Estuvo poco tiempo en el hospital, pues pronto reanudó su vida. Intentó sumergirse en el trabajo, y cuando no trabajaba se imponía rutinas que le ayudaban a olvidarse de sí misma. Sus amigos le llamaban constantemente, pero no atendía a sus llamadas. Iba al gimnasio para aliviar su sentimiento culpable y, destruir calorías que acumulaba comiendo compulsivamente. Pronto empezó a tener vértigo en todo momento, miedo a las multitudes, odio a los perfumes, y un temor exagerado a los sueños, de los que se despertaba bañada en sudor. La televisión disparaba imágenes deprimentes, escuchar la radio era como vivir una pesadilla íntima, en primera persona, y los periódicos eran novelas de terror por entregas.

Su habitación era como las secuelas de una guerra, como una explosión llena de grises, negros, algo de sangre, y en el centro, el cráter de la cabeza en su almohada. Su cocina también carecía de orden, excepto su nuevo congelador, un modelo inteligente con control electrónico que incluso disponía de contraseña para abrir las puertas, con las que acceder a una fila de postres fríos, perfectamente alineados, como si fuesen una hilera de coches de colores en un aparcamiento subterráneo. El calor le asfixiaba y atiborrada de grandes dosis de chocolate, sufrió otra crisis de ansiedad.

Meses después, le molestaba la luz y la oscuridad en aquel hospital con olor a la lejía de la soledad, lleno de lunáticos con pañales putrefactos que gritaban sin cesar, hasta que les inyectaban un poco de olvido. Su pena luchaba atrapada en una camisa de fuerza, mientras las pastillas marcaban el rumbo de sus sensaciones controladas por los médicos. Cuando su cuerpo se había adecuado al sufrimiento como si fuese una condición de la existencia, le mandaron a casa- ese lugar inhabitable- donde a duras penas continuó su prueba piloto de vivir durante un tiempo. 

 Un día, en el que el verano y el calor le ahogaban, comenzó a padecer una recaída. Sus pies descalzos, que acababan de pisar el agua derramada con la que se tomaba el Prozak, dejaron una estela de huellas en dirección a la cocina. Su pequeño cuerpo dudó un instante frente al congelador, más vacío que de costumbre para su capacidad de almacenamiento. Marcó la contraseña, abrió la puerta y, excitada, arrancó los estantes como si fuesen una camisa en pleno acto de lujuria. Primero un pie, luego otro, entró y cerró la puerta. Cerró los ojos y descubrió como, sobre el interior de su frente, su vida se proyectada en imágenes como en un cine. 

Allí dentro olía a muerte limpia, helada y en dos pastillas pasado, presente y futuro se reconciliaron mientras su vida continuaba fotograma a fotograma. Repasó los buenos tiempos: su infancia feliz, sus paseos descalza en primavera, el recuerdo lejano de su primer amor.También todo aquello que le quedaba por hacer: sus proyectos aparcados, sus sueños perseguidos que no se habían cumplido. Entonces, una chispa de esperanza alumbró su mente y, lo comprendió todo, quería vivir y comenzó a gritar pidiendo auxilio, pero era demasiado tarde y, su voz y sus golpes, paulatinamente, comenzaban a quedarse sin fuerzas mientras la vida huía por carreteras heladas. Horas más tarde, la imagen se congeló. Una cifra encriptada en su mente surgió como una revelación: 1994 El año en que todo había comenzado y, también la contraseña para recordar su enfermedad cada vez que abría la nevera haciendo imposible la apertura de la puerta desde su interior.

*Mi estreno en el taller de escritura, con un final distinto tras la corrección.

domingo, 4 de noviembre de 2012

(I)nvierno

Enferm@ de ausencia,
con los pulmones encharcados de tinta
en la sala de espera del olvido
escribes cartas
lacradas con dolor. 

Y los plurales se hunden
en el océano del recuerdo,
mientras la lluvia
ha escogido tu terraza, 
entre tanto mundo,
para quemar(nos) de frío.

(...)A veces  no eres capaz de expresar como te sientes y sin embargo, escuchas canciones que hablan de ti.

Chuck Palahniuk- Al desnudo

ACTO 1, ESCENA 2

Si me permiten que atraviese la cuarta pared, me llamo Hazie Coogan.

No tengo vocación de dama de compañía a sueldo, ni tampoco de ama de llaves profesional. Ahora que soy vieja mi rol es fregar las mismas ollas y cazos que ya fregué en mi juventud -he hecho las paces con ese hecho-, y aunque ella no los ha tocado ni una sola vez en la vida, esas ollas y cazos siempre han pertenecido a la majestuosa y gloriosa actriz de cine, la señorita Katherine Kenton.

La elegante Katherine Kenton es mi dueña en la misma medida en que el piano es el dueño de Ignace Jan Paderewski... parafraseando a Joseph L. Mankiewicz, que me parafraseaba a mí, que soy quien dijo e hizo la mayoría de esas cosas inteligentes y deslumbrantes que más tarde contribuyeron a hacer famosa a otra gente. Es por eso por lo que puedo decir que ya me conocen ustedes. Si han visto ustedes a Linda Darnell en el papel de camarera de bar de carretera para camiones, colocándose un lápiz detrás de la oreja en ¿Ángel o diablo?, ya me han visto a mí. La Darnell me robó a mí ese detalle. Igual que Barbara Lawrence cuando soltó esa risa suya parecida a un rebuzno en Oklahoma. Ha habido tantas grandes actrices que me han mangado mis gestos más efectivos, y también la precisión de mi habla, que ya han visto ustedes artes de mí en las interpretaciones de Alice Faye y deMargaret Dumont y Rise Stevens. Reconocerían ustedes fragmentos de mí -una ceja enarcada, una mano nerviosa que juguetea con el cable de un auricular de teléfono- en incontables películas de antaño.

Si conseguís llegar al final, sin morir aturdidos por este empacho de nombres y apellidos, que recuerda un poco a Amerincan Physcho o Eva al Desnudo, descubriréis otro derroche de imaginación del gran Chuck Palahniuk , autor conocido por "El club de la lucha".

La historia como adelantan en la primera página trata de: 

Chico conoce a chica, chica se enamora de chico, ¿chico mata a chica?

La chica es Katherine Kenton, una gran estrella en proceso de decadencia, neurótica, especialista en divorcios, retornos profesionales y operaciones de cirugía estética al más puro estilo Elizabeth Taylor. El chico, un espécimen que responde al aparatoso nombre de Webster Carlton Westward III, encarna el papel de seductor bajo sospecha de dudosas intenciones.

La historia está peculiarmente contada en escenas y actos, por Hazie Coogan, persona que lleva años al servicio de la actriz velando porque sus deseos se hagan realidad, aunque realmente maneja su vida y sospecha de las intenciones del seductor, por lo que decide emplearse a fondo para destruir la relación. 

Como es de suponer, el libro tiene su giro sorpresa, y está contado de forma muy original, dado que se trata de un guión novelado con movimientos de cámara, escenas, y uso de las negritas para remarcar un sin fin de personajes y elementos importantes, sin que falte como siempre: dosis de humor negro, ironía y contundencia. 

Se abre el telón: Show businees, famosos, actores y actrices del cine mudo, teatros de Nueva York, prensa clásica del corazón, y otros tantos de una novela muy divertida. Ideal para desengrasar.

domingo, 28 de octubre de 2012

Ampliación del campo de batalla- Houellebecq


[....]Por lo general no veo a nadie los fines de semana. Me quedo en casa, ordeno un poco; me deprimo amablemente. Sin embargo, este sábado, entre las ocho y las once tiene lugar un momento social. Voy a cenar con un amigo sacerdote a un restaurante mexicano. El restaurante es bueno; por ese lado no hay ningún problema. Pero mi amigo ¿Sigue siendo mi amigo? Estudiamos juntos; teníamos veinte años. Gente muy joven. Ahora tenemos treinta. 

Me como una torta de frijoles y Jean-Pierre Buvet me habla de sexualidad. Según él, el interés que nuestra sociedad finge experimentar por el erotismo ( a través de la publicidad, las revistas, los medios de comunicación en general) es totalmente ficticio. A la mayoría de la gente, en realidad, le aburre enseguida el tema: pero fingen lo contrario a causa de una estrafalaria hipocresía al revés. 

Necesitamos la aventura y el erotismo, porque necesitamos oírnos repetir que la vida es maravillosa y excitante, y está claro que sobre esto tenemos ciertas dudas. Tengo la impresión de que me considera un símbolo perteneciente a ese agotamiento vital. Nada de sexualidad, nada de ambición; en realidad, nada de distracciones tampoco. No sé qué contestarle; tengo la impresión de que todo el mundo es un poco así. Me considero un tipo normal. Bueno, puede que no exactamente, pero ¿Quién lo es exactamente? Digamos que soy normal al 80%. Por decir algo, observo que en nuestros días todo el mundo tiene forzosamente la impresión, en un momento u otro de su vida, de ser un fracasado. Ahí estamos de acuerdo.

Hijo de una hippie de la revolución sexual en Francia en el 68, que le abandonó en casa de su abuela, y con unos profundos traumas infantiles por culpa de la crueldad de los niños con los obesos, Michel Houllebecq, es un autor controvertido, de los que gustan mucho o son odiados visceralmente. Su obra, prolongación de su mundo real, tiene cierta obsesión por las miserias afectivas del hombre contemporáneo en un mundo enfermo y neurótico. Le han tachado de misógino, pornógrafo decadente, incluso xenófobo tras ser denunciado por varias agrupaciones islámicas y derechos humanos.

De momento, no sé de que lado estoy en su campo de batalla. Pero sé, que someterse a sus libros, teniendo en cuenta tanto enfrentamiento critico entre sus incondicionales y sus detractores, es dificil. Pero no cabe duda de que en pocas páginas engancha (y mucho), y su manera tan brillante de narrar y analizar el entorno, por muy disparatadas que puedan creerse sus ideas convence, e incuestionablemente, hay que considerarlo uno de los grandes de la literatura. Hace poco, ha publicado un libro de poemas que estoy deseando leer.

sábado, 20 de octubre de 2012

Mirando al cielo de los perros...


Con la misma esperanza vimos, una a una, envejecer colinas. Sobrevivimos al mar dejando seis huellas a cada paso. Explosiones también hubo que nos hicieron daño. Tu pequeño cuerpo fue ovillo frente al ventilador de la nevera, y yo apoyaba mi cabeza en tu espalda, y te contaba historias acariciando tu pelaje con mis manos todavía mojadas del fregadero.

Aprendí a vigilar tu respiración, tus sueños, pero la madrugada nos cogió desprevenidos. La noche era pánico, frenazos urgentes, motores rugiendo de dolor en calles mal iluminadas, y coches mal aparcados, y frío, demasiado frío para comienzos de otoño. Tú no caminabas y te cogí en brazos, para buscar refugio en aquel lugar que olía a química y a muerte.

Tumbada, con el alma que iba y venía, y la mirada perdida, acaricié con los dedos tu cara que ya es recuerdo. Y tus ojos, un destello sin luz suficiente como para perseguir mis movimientos desordenados, apenas miraban. Te dejabas hacer, inerte como un muñeco sin cuerda. Pero tuviste fuerza para levantar la cabeza y, usando esa voz que sólo utilizo cuando hablo contigo, te pregunté: ¿nos vamos a casa? Y contestaste que querías quedarte allí, mientras la vida se acercaba y huía como una bombilla a punto de fundirse. 

El silencio te buscaba. La oscuridad se hizo. Y desde entonces no ha parado de llover, y las noches me queman de frío mientras te invoco, te reclamo, te siento y retorna tu imagen. Y cada minuto es un minúsculo adiós. Y los días son un vacío entre instantes que recuerdo como nuestros. Y me abandono al dolor, con el rictus todavía descompuesto en moléculas de agua y sufrimiento, y me estremezco cuando el olor de tus cosas impregna mis manos, y mi cocina está ausente de ti, y mi nevera vacía. Y el futuro me hiela los brazos cuando pienso que envejecí diez años en pocos días.

Las partículas de tiempo se sucederán,  a la vez que perdemos la memoria, cuando el olvido, definitivamente te lleve, y estemos acercándonos. Y los árboles crecerán y les cortarán sus ramas y volverán a crecer. Y tu recuerdo dejará de ser un dardo certero, porque nunca has muerto, lo sé,  te adelantaste sólo para esperarnos en la cara oculta de la luna.

A Xila, mirando al cielo de los perros: Descansa en paz.

domingo, 14 de octubre de 2012

Futile devices..


Un día, cansado de ser huérfano de patria y escribir cartas sin remitente, discutirás acaloradamente con la vida. Le preguntarás porqué se empeña en hacerte planes distintos. Amenazarás con abandonar este país de ceniza, con dejar atrás un pasado de insomnio en los andenes, de lluvia contenida, de ideas estériles para soluciones asépticas.

Pensarás en arrancarte las balas del desencanto. Cambiarte de piel en las gasolineras. Querrás huir a un lugar, cuyo nombre encontrarás en un poema, con aliento de mar salpicando tus retinas. Y mientras recorras la orilla desdichada de la noche, la luna, testigo de suicidas, observará tu viaje de vuelta.

Y cuando al fin creas que has conseguido trazar, con el bolígrafo destintado que llevas en el bolsillo, algo parecido a un plan: esa especie de idea promiscua de libertad que llevas dentro, estarás amarrado a una hipoteca; y serás aspirante a mil eurista; y cambiarás de piso; y dejarás de soñar en la ventana del salón de tus padres, cuando te quedes solo, y su casa sea para ti.

Futile Devices by Sufjan Stevens on Grooveshark

El horizonte de Modiano

"Muchos años después, se vió otra vez por casualidad en aquella calle Bleue y una idea lo dejó clavado en el suelo: ¿podemos estar realmente seguros de que las palabras que dos personas han cruzado durante su primer encuentro se hayan desvanecido en la nada como si nunca las hubiera pronunciado nadie? ¿Y ese susurro de voces, esas conversaciones telefónicas desde hace alrededor de cien años? ¿Esos miles de palabras cuchicheadas al oído? ¿Todos esos jirones de frases tan intrascendentes que están condenadas al olvido?"

Modiano ha creado un estilo propio llamado "Modianesco", que trata al recuerdo como un mundo propio que singulariza su literatura. El recuerdo es una respiración lenta e hipnótica, un túnel tenebroso y sombrío,  sin visibilidad, entre el barranco, la autopista o el callejón del desaliento.


Descubrí al autor francés en El horizonte, y debo decir que lo he leído con interés, sabedor de que sus historias quizá no lleven a una parte concreta, sólo a la memoria, a una intensa melancolía que me hace mucho bien cuando buceo entre sus letras, entre las calles de su ciudad, en los cafés, en las vidas siempre doloridas de sus personajes. Porque Modiano es una narrador de lo cotidiano, de personas que van y vienen en busca de un rastro de vida, de razón o de amor, de una identidad que se quedó en su París veinte años atrás debido a un hecho fatal. 

El horizonte es un pasado recuperable sólo con fragmentos de vida, un mapa lleno de anotaciones que desdibujan una relación en su pasado, como palabras suspendidas en el aire de las que no puedes más que captar sus ecos. 

domingo, 30 de septiembre de 2012

Moon river



Te asomaste a la ventana de tu cuarto. Atardecía. Tras el cristal, la ciudad girando en dirección contraria a los sueños. Existe mucho mundo por conocer detrás del arco iris-dijiste-, pero tus ojos no alcanzaron a ver más allá del final de la curva. 

Luchaste por atravesar un puñado de charcos, un laberinto de cristales rotos. Participaste en esta casa de apuestas trasnochadas, trataste de comprender las olas batiendo en el mar, como las lágrimas de los recién nacidos. Los días clarean y oscurecen ¿Acaso esperas que alguien venga a salvarte? 

Fueron noches de vino y rosas, pero ahora, el río se desvanece. Se ahoga en el horizonte del mar, te saca  demasiada ventaja, tanta ventaja que, sin remedio, aunque el fracaso acecha, tendrás que reconciliarte con la luna.

* Un pequeño homenaje a esta pequeña joya que Andy Willians solía cantar.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Crónicas de un ascensor en otoño



El ascensor de un edificio de oficinas sube. Eme entra, interrumpiendo el cierre mecánico de las puertas. Ene proyecta una imagen tierna en el espejo.

Primera planta.

Ene: ha sido sorprendido por la lluvia, y empieza a sentir la humedad en sus calcetines de rayas. En los hombros de su americana se vislumbra el otoño derramado.

Eme: es la ostentación de la fragilidad. Camina sobre  pétalos de ceniza, dejando un rastro de caricias contenidas. Tiene una mirada dulce por debajo de su flequillo. Su vestido ha sido resucitado de otra vida.

Segunda planta.

Ene: despide las noches con una botella y ayer un cine lo encontró adormilado. Sueña con conducir por la autopista y buscar en la velocidad todas las respuestas.

Eme: tiene la paciencia suficiente para encontrar en lo noche su destino y, vegetando sin rumbo, se enfrente a la ausencia. 

Tercera planta

Ene: sabe de esguinces, paredones, anémonas y peces japoneses.

Eme: interpreta las constelaciones de la piel, colorea fotografías, hace tartas de chocolate y tiene un gato llamado Polar.

Cuarta planta

Ene: esconde unos mapas en el salpicadero de su coche, y escucha a Sufjan Stevens y Radiohead.

Eme: tocaba el Chelo, pero lo dejó sin remedio. Le gustan, a partes iguales, las películas que acaban con un beso y los poemas de Edgar Alan Poe.

Quinta planta

Ene: saca la cabeza de su mundo.  Se encuentra con la cuesta de los días, las tablas de excel, y la decadencia financiera.

Eme: teme la voz infectada de los clientes y el sonido devastador de los teléfonos.

Sexta planta

Eme: estornuda contra el espejo, captando la atención de Eme.
Ene: le ofrece un paquete de clinex de su bolsillo.

Séptima planta

Ene: tiene la mirada serena y el alma transparente. Eme tiene el corazón rojo y la piel blanca como la nieve.

A Ene le gusta los ojos tristes de Eme. A Eme su piel de naufrago entre depredadores. 

Octava planta

 Sus voces, continúan en silencio. Sus almas, ajenas a su expresión corporal, se rozan, acompasando una espiral de sentimientos que genera una energía extraña. 

Novena planta

Ene: siente la necesidad de ingeniar un plan. Necesita con urgencia desnudar el cuerpo de Eme en el ascensor, acariciar los contornos de su vida, dejar que sus bocas encajen.

Eme: cree en los caprichos del destino y adora las casualidades. Se imagina acariciando la barba despoblada de Ene con sus mejillas. 

Las puertas se abren. Los corazones se cierran.

Gracias por el clinex-dice Eme-. Espero que volvamos a vernos-intenta decir Ene-. 
Chicago by Cristina Rosenvinge y Vetusta Morla on Grooveshark

viernes, 21 de septiembre de 2012

Cosas por las que llorar cien veces-Kou Nakamura

Sí, es cierto, este libro provoca alguna que otra lágrima. Ideal para comenzar el otoño con algo de mar en los ojos, o por lo menos, con una lluvia fina en la mirada.

Nuestro protagonista celebra la recuperación de su perra proponiendo a su novia que se case con él. Deciden vivir juntos y ella enferma.

Quedaba con ella, cantábamos, nos reíamos, nos enfadábamos. Diariamente salía puntual del trabajo y me dirigía al hospital. Cada vez le costaba más hablar.Tenía las cejas despobladas casi por completo, y los brazos tan delgados que daba la impresión de que se le fueran a romper. Su voluntad se le había debilitado tanto que parecía transparente y, a veces, sonreía con tan poco fuerza que daba lástima.

Un día abrió los ojos y dijo que quería tomar leche. Algo sorprendido, fui al quiosco y compré un cartón de leche. Ella se incorporó sin ayuda. Después de mucho tiempo mostraba una sonrisa. Sin duda había vuelto la vitalidad a sus ojos. Saqué una de las manzanas y le pregunté,¿quieres?. Sí, respondió ella. Se la pelé poco a poco. Ella olisqueó la manzana, me miró, y tocó mi cara. Lo hacía todo como si estuviera descubriendo el mundo. Nos besamos y sus labios tenían un ligero sabor a manzana. Entonces nos pusimos a hablar. Su memoria estaba confundida, y lo que había pasado hace un mes se superponía con lo de hacía una año. Poco a poco dijo que estaba cansada y cerró los ojos. Yo me quedé mirando y, al poco, ella respiraba profundamente dormida.

Dormía como un viejo delfín que salía a la superficie para respirar. Eso era lo que parecía. Fuera comenzó a nevar. Volví a mirar hacia la cama y vi que ella me estaba mirando y dije:
¡Nieve! 

No respondió sino que se quedó mirándome fijamente. Sonreí, pero su expresión no cambió. Le cogí una mano. Una hilera de lágrimas comenzó a derramarse por sus ojos como una película con los fotogramas muy espaciados.

Todo irá bien-dije yo-. Todo irá bien.

*Siguiendo la pista de autores japoneses actuales, encontré a Nakamura. En la contraportada entroncan al autor con la tradición de los libros de Murakami y Banana Yoshimoto ( esta última es de mis imprescindibles), y también con la sensibilidad de Amelie Nothomb (que tiene sus admiradores y detractores). 

Por un momento, en los principios, llegué a pensar que me encontraría con un texto pusilánime, un poco ñoño, pero en absoluto. El texto funciona bien, es fresco, prácticamente sin adornos, carente de toda pretensión, y ejemplo de esa cotidianidad sensible que caracteriza a la literatura japonesa actual, de sensorialidad empapada, que alcanza lo poético sin rebuscar demasiado. 

sábado, 15 de septiembre de 2012

AL FINAL DE LA ESCAPADA


A veces cierro los ojos y me siento como si viviese al límite, al final de una escapada.

Terciopelo y trompetas. Tráfico en París por la plaza de la Concorde. Un motor descapotable dejó de rugir. Unos cristales opacos miraron a través de mi. El humo de un cigarrillo desvanecido en el aire se repite en cualquier instante. Desde la ventana, la luz  parpadeante de los semáforos juega a encenderse y apagarse, igual que todos los besos de este mundo. Hay un puñado de palabras tristes en un periódico, un sombrero sobre la mesa, y  la camisa de Michael sobre el cuerpo de Patricia.

PATRICIA: Entre la pena y la nada escojo la pena, y tú, ¿tú que escogerías?

MICHAEL: La pena, es idiota. Yo elijo la nada. No es mejor, pero la pena es un compromiso. Tiene que ser todo o nada y ahora lo sé...

Él la besa el hombro desnudo que se va asomando, tiene el sombrero sobre la cabeza y fuma. 

ALGUIEN : ¿Porqué cierras los ojos?
YO: Para que todo se haga blanco y negro, pero no lo consigo, nunca es completamente negro.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Aeropuertos


Junto a los ventanales, las nubes y la pista de aterrizaje vierten un veneno romántico en la modernidad, y cada cual espera su salida. Alegrías, nostalgias, inquietudes, un cansancio de mundo. En las pantallas electrónicas se baraja el destino, aletean los nombres de ciudades extrañas. Yo la veo marcharse, cruzar entre viajeros. Mira las nubes y por fin se aleja en busca de su isla, donde química y muerte resultan naturales, y las altas palmeras son de plástico.

*Luis Garcia Montero-Escala en Barajas

Tuvieron que separarse frente al control de equipajes. Él estaba justo detrás de la puerta de cristal que daba a la pista. Tras cada uno de sus movimientos ella se daba la vuelta y le saludaba con la mano. En la escalerilla del avión se volvió por última vez, sonrió y lloró, y se llevó la mano al corazón. Cuando desapareció en el interior del aparato, él siguió agitando la mano en dirección a las ventanillas, sin saber si ella lo seguiría viendo. Después los motores se pusieron en marcha, los propulsores giraron, el avión rodó por la pista, fue acelerando y se elevó.

*Bernhard Schlink-Mentiras de verano


El avión despegó igual que un pájaro huyó de su cabeza, sus alas comenzaron a rajar el cielo, con precisión, trazando la linea recta de la distancia. Con la mirada puesta a doce mil pies se lo ocurrió todo aquello que no dijo, o que no supo decir, cuando llegado el momento, tuvo su oportunidad. 

No te marches. Quédate conmigo. Construiremos un mundo nuestro, con escaleras hacia la luna. No te vayas. Prometo abrazarte un poco todos los días. Besarte en los ojos, prestarte mi chaqueta de lana. Compartiremos el cajón de los calcetines, una manta, el otoño, metros y metros de fotogramas y todos los amaneceres de esta vida. 


Y sin embargo le dijo: recordaré estos días mejor que algunos años de mi vida. Prométeme que  sonreirás cuando pienses en mi. 

*Mi pequeño y modesto atrevimiento

martes, 28 de agosto de 2012

Poema de vapor...

Cuántas ganas de darte mi corazón de barro, 
mis desplegadas alas de papel pinocho.
O cosas más sencillas: una copa de vino,
las señas de mi casa, un trozo de mi cama.

Y mañana, café al despertarnos y este poema
dibujado en el espejo empañado del baño.

Poema de vapor
Pedro Andreu.

(..) Sus palabras son vapor de cristal. Y se deja el alma cuando escribe en los espejos...

lunes, 27 de agosto de 2012

El hombre que quiso matarme- Shuichi Yoshida

A veces, después de leer de forma encadenada dos o tres libros que no terminan de convencerte, quizá porque la historia no llegue hasta ti, o porque has terminado infinitamente más perdido que comenzaste, te diriges a la librería más cercana en busca de una novela para desengrasar. No necesitas nada especial, tan sólo una historia amable. Entonces comienzas a mirar por las estanterías, en la sección de novedades, en el apartado de libros recomendados, en la lista de los más vendidos. Vas a la busca y captura de un autor que no conoces. De repente tu mirada desciende, hasta aterrizar en una portada que te resulta extrañamente atractiva, lees por la parte de atrás, y decides apostar por ese autor.

Yo aposté hace poco por Shuichi Yoshida. Por detrás leí: ¿es Yoshida el Steig Larsson japonés? Entonces, continué leyendo y me adentré en una historias de asesinatos, investigaciones, víctimas, culpables en el trasfondo de un Japón espectral. Aunque,¡¡¡cuidado!!! a veces, de forma desacertada, el texto de las contraportadas puede traicionarte, y desgraciadamente, si lees demasiado, tal vez la historia acabe relativamente destripada.

(..)La carretera del eco, que cubre el trayecto entre Nagasaki y Fukuoka, se empezó a construir en 1979, la espesa vegetación que crece a ambos lados y cubre la carretera la convierten en un lugar lúgubre, incluso de día, y de noche, sea cual sea la velocidad a la que vayas, te sientes inquieto, como si estuvieses recorriendo un sendero de montaña con la única luz de una linterna.

Tiene todos los ingredientes de la novela negra: asesinatos, intriga, giros inesperados. También todos los ingredientes de la novela Japonesa: sensualidad, mezcla de salvaje y delicado, sensibilidad al detalle, la mezcla de la tradición con la sociedad  ultra moderna.

Me gusta el ritmo de la novela, la construcción de los personajes a través de una impactante y minuciosa exploración de las vidas de víctima y asesino, y como se tratan otras constantes de la literatura como la soledad, la mentira, o la distancia entre la realidad y el deseo.

Una historia contada con precisión y elegancia, una dosis de esa literatura japonesa que tantas sensaciones produce. Llevada a la gran pantalla. Me ha enganchado totalmente.

(...)Mitsuyo se acercó al faro, se asomó por encima de la cadena que servía de barandilla y echó un vistazo al mar que rugía a los pies del profundo acantilado. Las altas olas chocaban contra las rocas como si quisieran pulirlas.

El año anterior, el día de nochevieja, eran más de las seis cuando salió del trabajo. Sin saber que hacer, Mitsuyo cogió la bicicleta y fue a un centro comercial abierto 24 horas. El enorme aparcamiento estaba abarrotado de coches y en el interior del centro había muchas familias con sus mejores galas. Sin buscar nada en concreto, Mitsuyo entró en una librería. En el interior había un expositor con los libros más vendidos. Cogió una novela, pero cuando pensó que volvería al trabajo al día siguiente le resulto demasiado pesada. Salió de la librería y entro en una tienda de discos, cogió en single de Sakurazaka que solía sonar en la librería como música ambiental. Estuvo un rato pensando en comprarlo, y, al final, lo dejó de nuevo en el estante. Echó un vistazo a la calle desde la ventana de la tienda de discos. Vio su bicicleta en cuyo cesto alguien había dejado una lata vacía. Los ojos se le nublaron. Entonces se dio cuenta de que estaba llorando.

martes, 21 de agosto de 2012

Pájaros ciegos....de nuevo.



Hoy he vuelto a salir de casa sin lentillas, y me he acordado de este fragmento que escribí la ultima vez que ésto me ocurrió, más o menos el verano pasado.

Tardó unos segundos en darse cuenta, ese día su cerebro recibía las ondas acústicas con más intensidad que otras veces: primero el golpe seco de la puerta al cerrarse, luego el eco de sus piernas bajando por las escaleras hasta llegar al portal, y allí, el persistente sonido de la instalación de la luz, como si un montón de insectos viviesen alojados en el cuarto de contadores. Consiguió distinguir una canción demasiado dulce sonando en la distancia, el crujido de las ramas de un árbol que el viento despeinaba, algún pájaro contando historias, algún perro ladrando, algunos coches rugiendo, un bebé llorando a gritos pidiendo ser amamantado.

Entonces se percató. No llevaba puestas sus lentes de contacto, con las que por lo habitual caminaba lo suficientemente desconfiado, como para no tomar ningún tipo de precaución específica. Pero ahora, alerta, las carencias de su capacidad ocular debían ser suplidas por la imaginación.

Durante un instante percibió el mundo como un ente desenfocado. Las personas tan sólo eran imágenes borrosas, manchas de colores, predominantemente rojas, azules y verdes. Da igual si eran hombres, mujeres, verdugos, poetas, turistas extranjeros, vendedores ambulantes de cerveza y comida china, rubias con gafas de sol y bolsas de Zara. Todos eran seres de rostro plano, como esculturas románicas. Idénticos, como si sólo existiese un mismo patrón adoptando formas semejantes.

Descubrió también que las escenas cotidianas habían perdido la naturalidad con la que estaban concebidas para convertirse en escenas cargadas de automatismo. Los besos, los abrazos parecían actos mecánicos que carecían de sentido. Casi nadie se rozaba. Sin contacto, las personas se movían lo adecuadamente posible para conquistar espacios vacíos. Había demasiados caminos, demasiadas opciones, pero la mayoría escogían caminar por el mismo lugar. A medida que sus ojos se adecuaban a las carencias, su mirada le empezaba a jugar malas pasadas, como espejismos. Las sombras eran manifestaciones mentales de imágenes relacionadas con la realidad, que surgían involuntariamente de la nada, desplegándose con libertad en algún lugar de la frontera entre sueños y recuerdos.


Mientras caminaba haciendo el recorrido de siempre, sus ojos fueron adaptándose a la luz de las calles, extrañamente conocidas, teñidas del color grisáceo de las aceras. Los estímulos luminosos eran ingredientes ligeros con los que interpretar el entorno. Habían llegado a un grado de visión casi óptima, en la que sus ojos únicamente eran incapaces de filtrar los matices de las cosas. Igual que la vejez o las cicatrices de la madurez, la belleza era desconocida, aunque percibía su sentimiento, algo parecido a una sensación placentera que tenía que ver quizá con la simetría.

Subió al autobús, era el numero 521. Por la ventanilla descubrió el reflejo borroso del movimiento, también observó que había manchas en los cristales de aquellos que tal vez horas atrás, habían apoyado sus cabezas todavía húmedas para recibir el día con un sueño. Finalmente recuperó la visión. Algo le despertó en caso de que en realidad todo hubiese sido un sueño. Tuvo miedo al ver su propia imagen en los cristales. Algo era distinto. No eran sus facciones angulosas, no eran sus enormes ojos hundidos que trabajaban a marchas forzadas, no era su pelo revuelto, ni su ancha nariz, era algo que le recordaba a sí mismo: estaba recién afeitado.

FOTO: ARTUROCANCINO