y bufandas de lana.
Era el blanco y negro de los televisores
el fotograma que ardía en tu vida.
El retrato en sepia de mi abuelo
que llevabas contigo
en aquel tren con el que cruzabas
al otro lado de España
también formó parte de mi infancia.
Las manos te olían a pescado
y los escaparates de las zapaterías
dibujaban los rasgos de tu serenidad.
También hubo inviernos en los que
te interponías a mi padre
que me indultaba de alguna bofetada
cuando la luna desde mi ventana
me velaba con tus ojos
aquellas noches que avanzaban con paciencia
y yo llegaba demasiado tarde.
De la guerra no quisiste hablarnos demasiado
sólo que fuiste padre y madre de mi madre.
Recuerdo la foto en la que comencé a ser marinero,
los candelabros
y el nacimiento de algunos primos en tus estanterías.
Tuviste algunas rosas en ese patio
donde te he visto llorar algunas veces
cuando el destino era como la soledad
que describían tus ojos.
En los últimos tiempos
se apresuró el mundo
y yo te decía: "prometo llamarte más"
aunque desde entonces
sólo despedimos juntos algunos años.
La alegría te desbordó
cuando tu bisnieta se sentó
por primera vez sobre tus rodillas.
Volviste a Madrid,
-esta ciudad de la que nadie vuelve-
y Madrid se quedó contigo para siempre.
Empezaste a morirte un 20 de mayo
y una quietud rodeaba tu frente,
pero tu cuerpo se negaba a creer
que la muerte está
entre las leyes de la vida.
Era tan solo hace unos días
cuando tus 94 se apagaban en mis dedos
y tú ya no parecías mi abuela
sino tan sólo el rictus clavado
de quien se abandona
a la suerte de una historia muda.
Sentí el final del horizonte
en las grietas de tus manos,
mi madre que
ni siquiera pudo despedirte dignamente
lloraba a escondidas.
Y te fuiste, abandonaste esa habitación
de luces tan pálidas como tu nombre
sobre el papel amarillento de Interfunerarias
frente al que discutíamos
porque nadie quería hacerse cargo de tus recuerdos.
Ahora eres las baldosas rotas de una casa vacía,
el lenguaje de ganchillo blanco de una mesa,
dos hermanos, un notario,
los trastornos de un mal seguro de decesos.
Ahora eres los tranquilizantes de mi madre,
el recuerdo que reposa sobre la perdida,
la extinción, la sombra, la huella,
parte de una noche
que termina en este poema
con el que pretendo
recordarte
para siempre.