A los que encontraron una sonrisa en el lenguaje.
A los imprudentes. A los sensatos. A los imprudentemente sensatos.
A los que entienden que no es la espina lo último que recuerda el viento de la rosa.
A los que, igual que Rimbaud, perdieron la vida en reinventarse.
A los que leen poemas incluso a oscuras.
A los que saben de botánica.
A los que hallaron la virtud en la vocación cromática del gris.
A los que han conseguido extraer de su percepción una versión distorsionada de la libertad.
A todas aquellas de las que habla el poema: madres, mujeres, hijas, hermanas, compañeras.
A los que no necesitan palabras para comunicar, ni manos para tocar.
A los que han conseguido ser atravesados por la palabra “ahora”.
A los que todavía se detienen a contemplar la luna.
A los que están, a los que quieren estar pero aún no son.
A los que caminan solos por la sequía del océano. A los que la multitud les acompaña.
A los que tienen heridas en las manos pero siguen llamando a puertas vacías.
A los que fueron mordidos por el dolor y han conseguido levantarse.
A los que acarician, besan, sienten.
A los que andan sigilosamente por el acantilado y a los que vuelan hacia el cosmos.
A los que encontraron en la perseverancia una forma de desplazar los muros.
A los que saben mirar de cerca, o de lejos, pero conservan en los ojos esa expresión de asombro y curiosidad.
A los que han llegado hasta aquí, como si persiguiesen a un río, y saben que no hay corriente que quede por detrás.
A ti, porque no existe oscuridad que pueda cegar tu destino.
A todos los que van a jugar al 19 para que reciban, al menos, algo de aquello por lo que van a apostar.