Quién no daría todo lo que ha escrito
por vivir otra hora,
por poder despertar otra mañana
Otra mañana a cambio de su vida
BENJAMÍN PRADO
Una voz anuncia que hay que levantarse. He perdido la noción del tiempo, nadie entiende de relojes tras los oscuros pliegues de la noche. Fue la muerte -mi muerte- la que me trajo a este lugar lleno de cuerpos que viven su propio duelo. Habito al final de los pasillos en el purgatorio del olvido. Tan solo un cubículo de seis metros, un catre, una estantería, una ventana, un patio de cemento como un muelle lleno de barcos con el timón arrancado. Nadie tiene nombre. Diría que somos piernas y brazos, retales cortados con la tijera de la soledad. Nuestras mentes han sido reprogramadas para la desmemoria, sometidas al efecto centrifugado que destiñe cualquier recuerdo, cualquier olor, cualquier idea preconcebida de lo que antes llamábamos mundo.
Hubo otras vidas y fui verdugo, víctima, asesino, suicida, creí llevar la verdad entre mis manos. Llegué a entender de sótanos, pero también de azoteas. Fui una herida invisible de la ciudad cuyas cicatrices quedaron bajo tu piel. También fui animal, y disfruté de su inocencia, como un lobo solitario que aúlla frente a los despojos de una luna azul. Tuve sueños y pesadillas, volé, y fui la jaula en la que muchos pájaros fueron muriendo. Fui barco sin mástil, y un faro con su luz fundida, o tal vez la carretera en obras que solía llevarte hasta el mar.
En mi aislamiento, recorriendo la distancia de tres pasos, he atravesado todas los pantanos de la tristeza, he llenado libretas de pena dedicadas a ti, me he enfrentados a la perspectiva de los espejos intentando recortar distancias, intentando descifrar esa imagen cada vez más lejana de mí mismo. Aquí tumbado, frente a esta pequeña ventana, veo un pedazo de la luna, repaso una esquina del cielo como si fuese tu cuerpo, huelo la lluvia igual que olía tu axila. Apenas reconozco, no recuerdo la música, quizás el sonido de unos pasos, el rugido de un motor tras los muros, o un día en el que una tormenta llenó mi celda con su sonido, igual que el mar llenaba mis pulmones. Veo en los amaneceres fragmentos de luz acercándose y alejándose por las pistas de aterrizaje de mi memoria. El otro día, de camino a la enfermería, mientras sentía en mi piel el frío de los pasillos, imaginé el invierno, el color de la nieve derramándose entre los cuerpos, y también las luces pálidas de los hogueras, las mantas tras una ducha caliente frente el humeante perfume de las cocinas.
Todo homicida fue un niño en otro tiempo. Puede que salir de aquí sea como volver a nacer. No creo en la reinserción social porque ya no me interesa la sociedad, solo desaparecer, formar parte de la naturaleza. Ser mar y recoger, uno a uno, los restos de mi naufragio y llevar lo que quede de mí a algún lugar en el que nunca deje de soplar el viento, en el que nunca sea posible despertar.
Me despierto.
Maldito trullo. Por un momento infinitesimal no sé donde estoy. Estoy dormido.