Nos conocimos en un poema
un poema en el que yo era un ventana abierta
que soñaba con auroras boreales
y buscaba en el invierno
el verso que nunca pudo ser escrito.
El mismo poema en el que tú describías
estrellas en tus incendios
y en tu voz
la palabra vida ardía
como un barco arrinconado contra el horizonte.
Ese poema en el que yo quería estar solo
-a la manera de Pessoa-
mientras pensaba que escribir
era una forma de pasear por la nieve.
El mismo poema en el que tú extendías los límites,
más allá de la métrica,
y llevabas un verso de ventaja al mundo
escrito en tus pestañas.
Ese poema en el que yo viajaba hacia ninguna parte,
bostezaba en los andenes
y hacía transbordos
en la palabra nostalgia.
El mismo en el que tú llevabas un continente en los labios
y los abrazos
eran como un puente dorado
para llegar al infinito.
Un poema que todavía no existía
en el que yo disponía de un cuaderno
y tú de un bolígrafo cuya tinta
era la voz azul del futuro.
Nos conocimos en un poema
y aprendí que hay grandes historias
en pocos versos,
pero sobre todo,
aprendí que
no fue el poema
lo que consiguió fascinarme
sino conocer porqué la poesía es admirable.