sábado, 19 de mayo de 2018

Aeronáutica


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Escuchas las advertencias de la azafata
pensando en que la luna
escogió este
entre todos los días
para despertar a sus leones.
Tú que conmovido
mirabas hacia arriba
y en el azar de tu conciencia
cruzaba el veneno de los aviones
como una tachadura en el paraíso.
Ahora observas al mundo
con ojos gigante.
Desde ahí arriba
el cielo es la luz derramada
de un animal herido.
Cruzan en su escalofrío
paisajes pálidos
como reversibles preocupaciones
intentando vencer al olvido
y también ciudades
como selvas de arterias luminosas.
Parece no existir ancla
que pueda detener ese horizonte.
Luego, tras un giro inesperado
que dura apenas
un instante en tu estómago,
se anuncia el aterrizaje.
“Tranquilo” -te dice
y en su voz se sostiene el paisaje
como si existiese una fuerza
nacida en el fondo del tiempo.
Y aprietas tu cabeza
contra su hombro
para que con su electricidad
-esa lámpara
que llena de luz
las habitaciones oscuras-
se alejen tus sombras.
Los senderos eléctricos
en la desembocadura del rio
terminan de acercarse a tu destino
mientras piensas que
lo poco que sabes
de ingeniería aeronáutica
tal vez te lo ensañaron los aviones
que gobiernan sus manos.
Después de este viaje
dejarás de ser el mismo.

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