martes, 19 de octubre de 2021

2020-2021


Dice Spotify que este año han cambiado mis gustos musicales y he conocido 685 nuevos artistas. Era el mes de enero de estos nuevos años veinte que, ya de antemano, habían comenzado no del todo bien cuando nos prometíamos -bajo las mantas- viajar a lugares exóticos. En aquellos días leíamos libros, regalo de reyes, con el entusiasmo de quien comienza algo nuevo. Luego la realidad, como un poema de Iribarren que se acaba cayendo sobre ti con contundencia, consiguió sobrepasarnos y someternos a un estado de cansancio asintomático. Vencidos por el agotamiento, nuestra inquietud por leer libros, escuchar música -o ver películas- acabó reducido a leer algún poema o dormirse a mitad de una serie. Preparábamos bizcochos o hacíamos platos exóticos con curry y cúrcuma que -ni siquiera- éramos capaces de oler y que resultaban insípidos para nuestros adulterados paladares. Las pocas conversaciones que mantuvimos -por videollamada- con algunos amigos nos suponían un esfuerzo titánico, puesto que nuestro cuerpo se desmoronaba en las esquinas del sofá. Conseguimos avanzar, sin salir de casa, a base de convertirnos en relojes de precisión con rutinas de trabajo, yoga y ocho horas de sueño. Aunque mirábamos de reojo -y espaciadamente- los telediarios, conseguimos alimentar nuestro entretenimiento con documentales y viajes que nos hiciesen olvidar ese exceso de información que cabía en la palabra Covid. Reconozco que he cogido miedo a los periódicos, aprensión a los avances informativos y rechazo a las opiniones que intentan, de forma injustificada, encontrar culpables antes que soluciones. Leí hace poco que la estupidez de la gente reside en tener repuestas para todo, o quizás, tratar de hacer ciertas preguntas del todo desacertadas. Mientras tanto muchos artistas y entidades, en una muestra de generosidad sin precedentes nos permitieron entrar en sus vida -hay que tener en cuenta lo fáciles que son de olvidar algunas cuestiones a causa de lo selectivos que somos con ciertos recuerdos-. Con las puertas abiertas de su casa desde Instagram, gente tan dispar como Pájaro Sunrise, que me emocionó cantando en batín “Not forgotten flowers”, o la simpatía de Marwan dándolo todo en su salón mientras hablaba de Madrid, o Glen Hansard con su guitarra rota, se esforzaron por dar cobijo a nuestras vidas en estos tiempos del cólera. También conseguimos atravesar las puertas del Liceu, o suscribirnos sin coste a las óperas del Teatro Real e incluso viajar, desde el sofá, a través de las obras del Thyssen-Bornemisza. A medida que pasó el tiempo, recuperé el olfato y conseguí avanzar en mis lecturas, quizás gracias a Juan Tallón, o a Sara Mesa, o a Jesús Terrés que nos ayudó a volver a creer en el hedonismo. Los directos de Instagram se popularizaron y, desde entonces, pude asistir a presentaciones de libros, o vencer mi miedo escénico a participar en recitales poéticos. Es increíble lo ingenioso que puede resultar la gente con más tiempo libre del habitual, o la inteligencia que existe en el sentido del humor, así mismo, también existen personas sensibles y con una capacidad asombrosa para transmitir -desde la humildad- el lado más puro del ser humano. Nadie que le hubiese conocido olvidará la inagotable luz que puso sobre todas las cosas Miki Naranja, del que se nos hace tan complicado hablar en pasado. Todos sentimos -y sentiremos por mucho tiempo- que se le hizo tarde demasiado pronto. Él sabía tratar la cotidianidad con acierto y hacernos comprender, por ejemplo, cómo te cambia la vida cuando el cáncer de mama se convierte en el de mamá o, en mi caso, el de papá. Pero pasa el tiempo, y no seré el único que echa de menos los aeropuertos, las salas sudorosas de conciertos, revolver libros con derecho a estornudo, la ansiedad antes de la película, la pálida luz sobre las butacas del cine, el olor a palomitas, las poderosas tardes de mesa improvisada, pizzas, pasteles, cómics y golondrinas junto a mi amigo Rubén, las aglomeraciones del museo del Prado, los mercadillos navideños, los pequeñas galerías de arte, los teatros -como el Jovellanos- al que asistí por última vez para revisar la vida de Virginia Woolf, con la preocupación por las distancia y la incomodidad de las mascarillas, prometiendo que vendrán muchos años llenos de cultura.

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