martes, 10 de mayo de 2011

Reflexión sobre el talento.



Un día de niño te preguntan que quieres ser de mayor, tal vez sea el filtro de la insensatez o la inmadurez de los esquemas mentales la causa por la que la respuesta apunte alto. Luego (adverbio temporal impreciso), se produce una desviación en la consecución de tus metas, o una distorsión de ésas metas, o simplemente aparecen metas nuevas haciendo desaparecer las anteriores.


La vida siempre ha sido una competición. Todo se mide, se cronometra. Para todo hay escalas, cantidades, etiquetas y dos grandes grupos: los perdedores y los ganadores en un mundo de coches caros, enormes televisores comprados a plazos para salones pequeños, prensa rosa y partidos de tenis en la caja mágica contribuyendo al disparate de sentarse lo mas cerca posible de alguien que ha pagado 20 mil euros por su entrada.


En el instituto, la meta, era ser popular. Ser popular significaba disponer de un buen regate, ser titular en el equipo de baloncesto, tocar algún instrumento, tener altura o saltar hacía arriba y correr algo más de lo normal. Cualquier habilidad era buena, incluso conocí a un tipo que era capaz de averiguar el peso de una persona con la fuerza de sus brazos, hasta estuvo en televisión acreditando tan magna aptitud. Siendo así, únicamente así, te aceptaban en el grupo de los triunfadores.


A menudo realizábamos búsquedas para encontrar nuestra capacidad perdida, si creíamos encontrarla entrenábamos dicha cualidad con el único objetivo de ensalzarla hasta el punto de encontrar una oportunidad quién sabe para qué. De repente veíamos la luz y hacíamos nuestro el generador que realmente producía la electricidad, cualquier cosa para evitar ser una persona normal. Es duro ser una persona normal, un tipo corriente, ésa especie que suele tildarse como mediocre, incluso es mas fácil creerse un genio que una persona normal entre tantos dementes, depravados, maniaco depresivos, depresivo nerviosos, obsesivo compulsivos, promíscuos y masturbadores, anoréxicos y bulímicos, maltratadores, fetichistas, mutiladores, hiperactivos, y los atrapados en el vértigo de su propia estupidez.


Un día descubres que alguien corre mas que tú, toca mejor el violín, o tal vez dispone de esa habilidad social de la que tú careces, en ese momento te das cuentas de que las buenas críticas que recibías son un cliché aplicable por igual a cualquier ganador. Vuelves a la realidad porque llegaste al techo y terminó el estado de gracia. Desciendes a la tierra y te conviertes en alguien igual a los demás.


Ya eres un adulto y tu situación es muy diferente a la que creías por entonces, como si lanzases una moneda que nunca viste caer, en ese instante recuerdas la pregunta que te hicieron hace tiempo....Todavía tienes sueños pero no es una obligación cumplirlos, la inquietud de intentarlo te aleja, te mantiene dormido en este ruidoso mundo que no te permite dormir. Etiquetas a todo el que se cruza en tu camino, los interesantes tal vez lo son porque te recuerdan a ti, los demás son gente cuyos temas de conversación, cuya visión del mundo, son tan ajenos que temes descubrir lo aburrido que eres tú.


Contemplas películas, devoras novelas mientras el guión de la vida que interpretas nace en las teleseries y los espacios publicitarios.


Reflexión tras leer "El talento de los demás"-Alberto Olmos.


Un tipo irónico, de palabras afiladas con un ligero tono poético. Ha publicado un montón de libros,muchos de ellos premiados. Recomiendo además de este libro, "Trenes hacía Tokyo" que relata su etapa experimental en Japón.








2 comentarios:

  1. Pues no sé que decirte querido Patapalo, a fin de cuentas, en todo acabamos fracasando siempre. Ya lo decía Beckett: "Nada más jamás. Jamás probar. Jamás fracasar. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor".

    Tu compi Pleyadina

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  2. Pero el estímulo de probar es poderoso de por sí....

    Gracias pleyadiana.

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