No me siento inspirado últimamente. No escribo casi nada. Las palabras ya no están en el rincón exacto en el que solía encontrarlas. Es como si me quedase solo en esta ciudad en la que nadie escoge su verdadero destino. Cada mañana subo, entre espectros de mirada opaca, las escaleras mecánicas que conducen a la muerte. Algunas veces consigo escribir algún poema desde la oficina: ese lugar en el que la vida pasa de largo y nadie conoce a Whitman. El jefe me mira con indiferencia; yo me mantengo pensativo frente a una pantalla en la que se amontonan cifras, gráficas, cartas con un discurso demasiado preparado. El tiempo avanza lentamente mientras como galletas de limón y dejo algunas migas sobre el teclado. Luego termina la jornada, salgo a la calle y los problemas crecen por dentro hasta adquirir formas desconocidas en las esquinas de mi geometría. Cuando llego a casa los platos siguen sin fregar, y mi cama es como una desoladora acera en la que duermen todos los vagabundos de esta vida. Apago la luz para ahuyentar a mis fantasmas. Quiero llorar. Lo hago. Todo es pobre y sin sentido. No digamos que yo soy culpable de ello. No hablemos de culpables. (Perdóname A. Pizarnik por este homenaje). Me siento solo by Adanowsky on Grooveshark
He dejado el psicoanálisis. No sé por
cuánto tiempo. Estoy muy mal. No sé si neurótica, no me importa. Me siento muy
pequeña, muy niña. Y me van abandonando todos. Absolutamente todos. Mi soledad,
ahora, está hecha de quimeras amorosas, de alucinaciones... Sueño con una
infancia que no tuve, y me reveo feliz ―yo, que jamás lo fui―. Cuando
salgo de estos ensueños estoy anulada para la realidad externa y actual. Jamás hubo tanta distancia entre mi sueño y
mi acción. No salgo, no llamo a nadie. Cumplo una extraña penitencia. Y me
duele funestamente el corazón. Tanta soledad. Tanto deseo. Y la familia
rondándome, pesándome con su horrible carga de problemas cotidianos. Pero no
los veo. Es como si no existieran. Siento, cuando se me acercan, una
aproximación de sombras fastidiosas. En verdad, casi todos los seres me
fastidian. Quiero llorar. Lo hago. Lloro porque no hay seres mágicos. Mi ser no
tiembla ante ningún nombre ni ninguna mirada. Todo es pobre y sin sentido. No
digamos que yo soy culpable de ello. No hablemos de culpables.
He pensado en la locura. He llorado rogando al cielo que me
permitan enloquecer. No salir nunca de los ensueños. Ésta es mi imagen del
paraíso. Por lo demás, no escribo casi nada.
Hay sin embargo, un anhelo de equilibrio. Un anhelo de hacer algo
con mi soledad. Una soledad orgullosa, industriosa y fuerte. Es decir:
estudiar, escribir y distraerme. Todo esto sola. Indiferente a todo y a todos.
(...)He visto playas de sacarosa y agua de un azul muy brillante. He visto un traje informal completamente rojo con las solapas evasé. He notado la loción de bronceador extendida sobre diez mil kilos de carne caliente. Me han llamado "colega" en tres países distintos. He visto a quinientos americanos pijos bailar el Electric Slide. He visto atardeceres que parecían manipulados por ordenador y una luna tropical que parecía más una especie de limón obscenamente grande y suspendida que la vieja luna de piedra de Estados Unidos a la que estoy acostumbrado.
He bailado (muy brevemente) la conga. He visto montones de barcos blancos e inmensos. He visto la costa norte de Jamaica. He visto videocámaras que casi necesitan una plataforma móvil; he visto maletas fluorescentes, gafas de sol fluorescentes, quevedos fluorescentes y más de veinte marcas distintas de chanclas de goma. He oído timbales, he comido buñuelos de caracola y he visto a una mujer con un vestido lamé vomitando a distancia dentro de un ascensor de cristal.
Las aventuras de Foster Wallace en un crucero de lujo. Una lectura fresca, de verano, para desengrasar de otros textos más profundas, un libro brillante y divertido con un sentido del humor delirante y corrosivo. O tal vez una irreverente radiografía de la cultura americana actual.
Tenemos al Foster Wallace más accesible, el Foster Wallace periodista, alejado de las constantes de sus obras caracterizadas por su exuberancia técnica y su perspectiva filosófica que llevan a muchos a considerarle como el Everest de la literatura. TV Tunes - THE LOVE BOAT Theme by Jack Jones on Grooveshark