domingo, 12 de abril de 2015

Diecisiete

Teníamos diecisiete. Era verano y, frente a un viejo almacén de pescado, entre canciones en acústico, cejillas, arreglos y confesiones celebrábamos improvisadas Jam Sessions que grabábamos en formato cassette.

N estaba loco por G y compuso una canción. Dijo que se la cantaría ese mismo sábado en la playa del pequeño astillero, bajo aquel puente metálico en el que jugábamos a dejarnos la vida en tres segundos. G  era la quinta esencia de la simetría. Una chica de ciudad cuyos ojos eran como un paisaje con fronteras azules que convertía en afortunados a todo aquellos que observaban su horizonte . No obstante, su destino era coleccionar corazones que solía llevar escondidos en su bolso de mimbre.

Los días del calendario eran una escusa para llegar al sábado. Y llegó el sábado para sentirnos otra vez dichosos y agradecer entre latas de cerveza, miradas cautivas y deseos al aire que la vida no nos había tratado mal y que, a fin de cuentas, la fortuna podría sonreírnos.
 
La tarde se iba apagando entre risas, nostalgia y cigarrillos. La luz atornillada del faro giraba, nos miraba con paciencia y todos éramos marineros de diecisiete pendientes de la lluvia de estrellas.

N, asesino de cuerdas y acordes inventados, con esa voz recién levantada de los sueños, cogió su vieja guitarra por el mástil. G le acompañaba mirándole con la luz con la que se mira a una tormenta. Juntos, decidieron alejarse de nosotros caminando a un lugar entre la playa y el corredor de la muerte.

Una vez solos, frente a frente, la música empezó a sonar como si naciese del suicidio, y las palabras brotaban, salvajes, como olas que chocan al fin contra las paredes de roca desgastada. Cada estrofa era un velero desamarrado del puerto, una espiral de gaviotas anunciando  la lluvia.

Al fin se hizo el silencio y los ojos de N eran como las secuelas de un maremoto sentimental, como un impulso de cadáveres en la marea, como aquellos muertos que terminan en una orilla cualquiera. G no fue parca en agradecimientos, palabras dulces, besos (en la mejilla) y abrazos. Jamás los abrazos hicieron tanto daño. Porque los abrazos, aún capaces de construir, también derriban ciudades e incluso pueden  quemar tanto como una hoguera perenne.

La oscuridad definitiva cayó, todo resultó aplastado por la noche. La alegría desvanecida, igual que las prisas, la confianza y las ilusiones. Todo había terminada y  N siguió sentado durante mucho rato en el lugar del naufragio. Luego abandonó el barco casi hundido pensando que quizás alguien que no fuese él se habría ido con ella cuando la fiesta terminó. 

Aquella noche llovía, y mientras los gotas de un mundo que se caía a pedazos descansaban muertas en los cristales, N caminaba de vuelta a casa con su guitarra rota, por encima del puente metálico, en las calles oscuras y vacías frente a las persianas de los bares todavía entreabiertas como las heridas. Hacía frío y estaba solo. 

Cuando los pocos que quedábamos decidimos abandonar la playa comenzó a llover con más fuerza. La virtualidad de los deseos inalcanzados retumbaba en el silencio de la lluvia como una repetición de derrotas. Aquellas noche todos sentimos como nuestra la valentía de N, y sin embargo, una sensación de alivio afloró entre nosotros, pues a pesar de tanta desdicha, un maleficio se había apoderado de nuestros procesos morales y en el fondo todos nos alegrábamos un poco del naufragio de N
"Ya otros habían caído" pensamos en voz alta mientras dábamos la conversación por finalizada. Quizás fue en ese instante cuando cada uno de nosotros, en su foro interno,  procedió a repasar las cualidades de su rol. Ensayar de forma mental las posibilidades de éxito frente a G conducía a la conclusión de que, posiblemente, cualquiera de los que estábamos allí perdería la batalla si alguna vez llegaba a producirse.




Diecisiete by Fabián on Grooveshark



 G  trabaja actualmente en los servicios jurídicos de una gran empresa. Un día nos encontramos frente a frente y, aunque algo castigada por el tiempo, el brillo de sus ojos mantenía ese oleaje que llevaba a todos los barcos al naufragio.

N desapareció, pero tiempo después supe que se dedicó a la música, y que su banda despuntaba por algunos escenario de Madrid. Su voz se parece mucho a la de Fabián

Toda esta historia, incluidas las iniciales, es real. 

7 comentarios:

  1. Buenísimo, me ha encantado. Creo que es un relato perfecto,
    el que más me ha gustado de los que he leído en el blog, y qué bien escrito está, con esa cadencia tan adecuada para recrear recuerdos, esas sensaciones y esos personajes descritos de manera tan certera y realista con unos pocos trazos, y al mismo tiempo ese tono melancólico y sensual, como de ensoñación.
    Además, claro, reconozco los lugares en los que transcurre (y tal vez también haya conocido a los personajes principales, aunque no los recuerdo y tampoco me suenan las iniciales…)
    PS
    No consigo escuchar la canción que aparece debajo de la foto, pero me viene esta otra a la cabeza:
    https://www.youtube.com/watch?v=Yy57Xdk9u0o
    Aquella costa no era la Costa Oeste (ni falta que hace), pero la canción la escuché entera por primera vez una tarde en tu casa (una tarde en la que supongo que tendríamos que estar estudiando, en vez de escuchando música), y desde entonces la asocio con aquella época.

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  2. Ya conseguí escuchar la canción de Fabián (no lo conocía, supuse que el Fabian al que te referías era el ídolo juvenil de los años cincuenta). Es muy bonita, y le va como anillo al dedo al relato, claro.

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    1. Claro que sí, tú formas parte de muchos recuerdos, no estabas en esa playa y sin embargo fuiste amigo de G, o Ga si lo prefieres.

      Asociamos momentos a ciertos acordes, asociamos voces a otras veces, y ciertos espacio permanecen para siempre en las capas interiores de nuestro recuerdo. La música, lo he dicho otras veces, nunca ha sido un relleno de ambientación.

      La voz de Fabián me recuerda mucho a ese tema compuesto para Ga. Podríamos pasar horas hablando de todo esto.

      Un abrazo. Muchas gracias por participar con tanto acierto en el blog, y con tan buen criterio. Espero no repetirme, pero es muy enriquecedora tu presencia.

      Un abrazo.

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  3. Buen relato del recuerdo de juventud , me ha encantado la descripción de los personajes , que antes de saber reales , ya se podían reconocer como cualquier protagonista de nuestra propia adolescencia . Muy bueno , la forma y la historia .
    No conocía a Fabián , bonita canción .
    Gracias , beso .

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    1. Me alegra que te gustase la historia. Esos recuerdos, ya un poco lejanos, se alojan con entusiasmo en la memoria. Seguro que has vivido muchas aventuras así.

      Fabián es un poeta y le tengo cariño.

      Un beso.

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  4. Una nostalgia me embarga al leer este relato. Comienzas con esa energía adolescente en la que nos creemos invencibles y describes sin perder la poética con metáforas originales, cosa que agradezco, envolviendo de magia el lugar y sus personajes.
    El cambio drástico y el fondo humano que transmites, esa doble moral, que demuestra que a veces parece que en vez de empatizar hasta se alegran del dolor ajeno.
    N con el corazón roto habrá sido ¿un músico melancólico? O seguramente olvidaría aquel palo que se llevó en su juventud.

    Un beso

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    1. Jaja ¡Tú si que sabes dar en el clavo!

      A eNe le perdí la pista, era un amigo que solo aparecía los veranos, me alegraría verle triunfar. Apuesto a que habrá resultado vencedor en muchas de sus batallas.

      Siempre feliz de tenerte por aquí. Besos.

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