sábado, 2 de julio de 2011

ESTÓMAGO.




Tengo el estómago enorme, gigantesco. A veces sueño que el supermercado está desierto y con un carro de la compra alunizo contra la estantería de los bollos de chocolate. Uno a uno, muerdo todo los quesos. Mastico, mientras apoyo mi espalda en la nevera de los productos refrigerados para combatir el calor. Bebo gazpacho, después, el zumo de pomelo está tan amargo que introduzco un puñado de cerezas en mi boca. Los flanes me recuerdan a tus pechos. Tengo las manos pringosas, llenas de harina. Amasar es como acariciar un cuerpo desnudo. Quiero que todos mis dedos se hundan hasta encontrar el compás, el ritmo, la armonía.

Hay unas cebolletas deshaciéndose en aceite de oliva, también unos tomates recién trozeados junto a un puñado de verduras de muchos colores. Un olor humeante asciende como si fuese música celestial. Una copa de vino mientras espero. Puede que todo esto sea la antesala de los postres. Hay que dejar espacio para los postres. Introduzco mi cara en una tarta de crema pastelera, intento encontrar trozos de fruta en la gelatina de fresa. Vierto los botes de leche condensada ahora que nadie puede espiarme. El caldo de la macedonia está mejor que la propia macedonia. No quiero despertar. Me despierto con gotas de mantequilla resbalando por mi frente...

Quien sabe cual es el motivo, la gastronomía es arte, los sentidos se entremezclan, se complementan, comer es un placer, y yo un enamorado al que puedes conquistar por el estómago.

Tras recordar algunas imágenes de la película "estómago".


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