jueves, 29 de diciembre de 2011

LAVANDERÍA 2M12


Hace días que llueve plástico. Parece la consecución de un mensaje apocalíptico. Una hormigonera remueve catástrofes, terremotos financieros y cánceres de próstata. El año, tras ser linchado, como Gadafi, yace en una fría cama de hospital, respirando con dificultad atardeceres oxidados. Una multitud intenta salir del cuartel del ejército más numeroso formado por los pobres, los enfermos y los desesperados. Un río de sueños lánguidos me empuja hacia una muchedumbre de descalabrados.

La corriente nos arrastra en una única dirección, sin retorno. Me siento en la más absoluta de las soledades, cerca de todo, lejos de mi. Atravesamos algunas calles decoradas con luces doradas, entre edificios con chimeneas encendidas con billetes de mil. Veo algunas ventanas abiertas desde las que nos arrojan trozos de pavo y puré de patatas.

LA CORRIENTE se para. Una hilera de personas espera. Es la hora. Es mi turno. Entro en la lavandería que más entiende de olvidos. Me desnudo. Mi ropa está impregnada de la lluvia ácida del pesimismo. Su rumor persiste. El tambor de la lavadora vacía se va llenado de camisas con recuerdos descoloridos y agujeros en la historia. Pongo un poco de detergente. Enciendo el programa de prendas delicadas. El tambor empieza a girar. Es hora de reiniciar.

Todo lo bueno está por llegar.

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