Viajé por la madrugada olvidadiza, la borrosa gravedad del parabrisas se llevó a un lado las preocupaciones. Abandoné los barrios con ojeras, llenos de perros domesticados, buscando entre la vida algún despojo de felicidad. En las carreteras cubiertas de frenazos, y semáforos con los que terminan los besos, comenzaron a brotar las aloe vera. El pasado es una foto velada por la lluvia. Cada tiempo necesita un paisaje y la nostalgia no tiene domicilio.
Los días caídos del calendario se hunden en un sueño navegable. Una casa de mar con las paredes de carmín olvidado, un reloj solitario, un paseo sin aceras. Aterdeceres de sandía y salitre. El mediterráneo entre mis dedos. Un libro de poemas lento detenido en la escena del beso. La luminosa puesta de los recuerdos dibujando en el horizonte la línea recta de la distancia.
El dolor retenido en la ansiedad de las teclas. El cansancio descansando en las hamacas, al lado de los cisnes metálicos dormidos en el puerto. Los relojes rotos cuando los atardeceres me miran con tus ojos. Y me hago el dormido, sabiendo que nadie, jamás ha conseguido mirarme como tu lo has hecho.
Por la noche desaparezco entre los bares abiertos como las heridas, caminando entre depredadores que se repliegan en su instinto de ausencia, buscando cuerpos que acariciar sin preguntas, hasta que la confusa lucidez del alba nos encuentra con el alma un poco más vacía.
Y los días se alejan, sin prisas, igual que este barco deja el mar a sus espaldas.
*foto de Mr Chenko
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