La madrugada rota. La película de los sueños espontáneamente interrumpida. Suena Lament de Chet Baker en los títulos de crédito de la noche. Un espejo mal iluminado, el silbido de la cafetera, el ansia destilada en una taza. Queratina, alcohol, aliento de luz, vapor resbalando por los azulejos del baño. Una alfombra vacía, el crujido de la puerta, algo de metal tamborileando en un bolsillo.
El misterioso cuento del alba, la selva de camaleones eléctricos, la peonza del tren a lo lejos. Diciembre muerto en los andenes y, zombies absorbidos por los cercanías (ofrenda para el venerado Dios trabajo). Cielos de cristal, realidad desdoblada en la ventanilla. El rastro de la luna reflejado en el vidrio. La pared negra del túnel difuminando la velocidad. Unas palabras desnudas entre Apollinaire y Pizarnik, las flores estornudando haikus. Huellas de tinta en un sepia cuadriculado. Auriculares, pizarras, espejos eléctricos, almacenes de marchitos sueños (sonrisas y lágrimas en formato virtual).
Escaleras mecánicas: subir, bajar, desembarcar en la Normandía de los tacones. Fábricas abandonadas cerca de Groenlandia, distrito de gigantes de hielo, sol rojizo alcanzando cristales y acero. Un teclado oscuro, el devastador sonido de los teléfonos, algunas voces infectadas por el tedio y el cólera contenido. Ascensores, tablas de excel, pupilas reventadas por el destello de los monitores. Tupperwares y mugrientos microondas. Conversaciones sobre abandonar este mundo absurdo, este país, esta guerra.
Y regresar a la pálida luz del atardecer con la ansiedad derrapando en la m-30, y enfrentarse a un papel en llamas, y volver a empezar mientras la nada suspira con las manos temblorosas. Y la vida termina con la retrospectiva del día, y se enciende la luz en la mesita de los sueños, y el mundo se apaga, y cierra los ojos...cierra los ojos...cierra los ojos...
Así podría describirse uno de sus días.
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