Con la misma
esperanza vimos, una a una, envejecer colinas. Sobrevivimos al mar
dejando seis huellas a cada paso. Explosiones también hubo que nos
hicieron daño. Tu pequeño cuerpo fue ovillo frente al ventilador de la
nevera, y yo apoyaba mi cabeza en tu espalda, y te contaba historias
acariciando tu pelaje con mis manos todavía mojadas del fregadero.
Aprendí a
vigilar tu respiración, tus sueños, pero la madrugada nos cogió
desprevenidos. La noche era pánico, frenazos urgentes, motores rugiendo
de dolor en calles mal iluminadas, coches mal aparcados, y frío,
demasiado frío para comienzos de otoño. Tú no caminabas y te cogí en brazos para buscar refugio en aquel lugar que olía a química y a muerte.
Tumbada, con
el alma que iba y venía y la mirada perdida, acaricié con los dedos tu
cara que ya es recuerdo. Y tus ojos, un destello sin luz suficiente
como para perseguir mis movimientos desordenados, apenas miraban. Te
dejabas hacer, inerte como un muñeco sin cuerda, pero tuviste fuerza
para levantar la cabeza y, usando esa voz que sólo utilizo cuando hablo
contigo, te pregunté: ¿nos vamos a casa? Y contestaste que querías
quedarte allí, mientras la vida se acercaba y huía como una bombilla a
punto de fundirse.
El silencio
te buscaba. La oscuridad se hizo. Y desde entonces no ha parado de
llover, y las noches me queman de frío mientras te invoco, te reclamo,
te siento y retorna tu imagen. Y cada minuto es un minúsculo adiós. Y
los días son un vacío entre instantes que recuerdo como nuestros.
Y me abandono al dolor, con el rictus todavía descompuesto en moléculas
de agua y sufrimiento, y me estremezco cuando el olor de tus cosas
impregna mis manos, y mi cocina está ausente de ti, y mi nevera vacía. Y
el futuro me hiela los brazos cuando pienso que envejecí diez años en pocos días.
Las
partículas de tiempo se sucederán, a la vez que perdemos la memoria, cuando el olvido definitivamente te lleve y estemos acercándonos. Y
los árboles crecerán, y les cortarán sus ramas, y volverán a crecer. Y tu
recuerdo dejará de ser un dardo certero, porque nunca has muerto, lo sé,
te adelantaste sólo para esperarnos en la cara oculta de la luna.
15/10/13 Luché por conciliar el sueño, pero tu recuerdo inundó mi noche de nostalgia. Xila, hace falta sonreír para pronunciar tu nombre.
Cuando Zappa llega a casa de sus padres, muchos días escucha claramente los aullidos de alegría del Malkut, aunque Malkut ya no está en el jardín delantero.
ResponderEliminarY cuando pasea por la dehesa le espera ver salir de detrás de alguna encina, o de la nieve en invierno.
Sé lo duro que es eso. No es fácil que la gente lo entienda. Un abrazo.
ResponderEliminarCuídate.
Qué hermoso el texto, lo leía y me fue entrando una angustia terrible. Sé lo que siente, y aunque nunca tuve perros, aún lloro a mi gata y ya pasó más de un año.
ResponderEliminarMe gustó el título, ese término de “el cielo de los perros”
Un abrazo
Querida Zappa, también recuerdo los ladridos de Malmut acompañando al sonido de aquello Les Paul anaranjada que solías tocar.
ResponderEliminarLadrón, me alegro que tu lo entiendas, Xila era mi familia.
VivianS yo también tuve gato, adoro los gatos, y también existe un cielo de los gatos.