Las agujas del reloj de cocina viajan encojidas mientras su polaroid retrata la vida en blanco y negro.Hace tiempo el miedo amenazó con instalarse en su cuerpo. Solía tumbarse en la frontera, temiendo que un plato despeñado desde la alacena, se rompiese en mil pedazos. Mas tarde ese sentimiento se convirtió en atracción.
Ahora se siente protegida. El caleidoscopio de cristal le aisla de los petardos, distorsiona el eco de las batallas, amortigua el sonido de los cláxons y las prisas. La cocina es su refugio en el interior del árbol que el otoño sacude con fuerza.
Hace poco era verano, solía recostarse contra el oxidado ventilador de la nevera encontrando la paz en su sonido, le encantaba la luz interior, brillante y misteriosa, propagándose tras la puerta del frigorífico. Según pasa el tiempo, y el frío va atravesando se chaqueta de pelo, el calor del horno le reconforta, se enrosca como un ovillo de lana y viaja mentalmente subida a la locomotora de la olla express. Sin rumbo, va por el mundo cruzando bosques de albahaca, de eneldo, eucaliptos. El sésamo y el curry le llevan a Asia. Siente una especial atracción por la canela. Tras los desiertos del comino encuentra un pozo para refrescarse..
En la cocina nunca está sola, él le acompaña. A veces, tumbado apoya su cabeza en el mapa de su espina dorsal y le cuenta historias, otras veces le gasta bromas acariciándole la nariz y los ojos con las manos todavía mojadas y tibias, tras fregar la vajilla. Ella adora su templanza con los cuchillos buscando el equilibrio de las cosas, encontrando la simetría en la verdura. Mientras absorbe sentimientos como un viejo estropajo, se mantiene despierta, receptiva y preparada a que algún pedazo de carne caiga voluntariamente de la tabla de corte.
Sus tesoros están guardados en una estantería, detrás del bote de las pastas, a veces en una caja de cartón, a veces en un tarro de cristal con tapa giratoria, abrirlo es destapar la esencia del optimismo, alejarse de sus traumas infantiles provocados en aquello prisión de la que un día su infancia decidió fugarse.
Ya escucho sus pasos...viene hacia aquí, con su caminar ágil y gracioso. Ya estamos juntos en la cocina.
¡¡Me encantaaaa!!!
ResponderEliminarHacía unos días que no te escuchaba, ya echaba de menos tus historias.
Sabía que esta entrada te iba a gustar...
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