Roza con sus dedos el monitor y se produce una ligera corriente eléctrica. El cursor parpadea lento amenazando con dejar de latir. Tiene miedo. Miedo a morir con el cuchillo del pensamiento clavado por la espalda, miedo a desangrarse en la frontera de las ideas con el pasaporte calcinado, miedo a caerse por una escalera de recuerdos llena de olvidos, a despertarse del sueño y no poder cerrar jamás los ojos, a ser condenado por el juez de la conciencia. Su alma es un desierto donde se fabrican relojes de arena, cronómetros de un tiempo que le mata de sed. Su lengua insípida acaricia su aliento reseco. Hay escombros en sus bolsillos. Puede que a estas horas, las obras de reconstrucción de su vida se derrumben.
Después del incendio sólo quedaron hombres arrugados que arrastran los pies. Solitarios que se pasaron la vida comprando mas abrigos de los que necesitaban. Con el cuentakilómetros averiado buscan el único embalse donde casi no queda agua potable.
Pasaron las días, atrás quedaron las estaciones y desaparecieron las palabras escritas en los libros de ceniza. Es de noche, y siente miedo a los gritos del silencio. Hay charcos de sangre porque ya no quede lluvia. Desatendió la potencia y ahora sin fuerzas, en este mundo de mariposas sin alas, ha perdido la guerra sin ni siquiera participar en ella.
Ya nada importa, no hay heridos ni heridas que lamer, sólo vivos y muertos en la ciudad sin gatos, ni siquiera la supervivencia tiene importancia....Ni siquiera la inspiración.
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