El estómago de la ciudad está lleno de víctimas inocentes, de cuerpos lánguidos, de imágenes inciertas. Hay muertos en vida flotando inertes sobre la arena, girando por el desagüe, arrastrados por la marea. Gritos ahorcados llegan, auriculares que te despiertan, en los sueños adulterados no hay calma tras la tormenta. Sábanas empapadas del amor que nunca encuentras. Los besos atormentados son delitos con violencia. Huele a perfume blanco, a vómito, a supervivencia, a pies descalzos mojados, a sudor de camisetas. Hay páginas arrancadas de historias realmente auténticas, que viajan atrapadas en trenes de ida y vuelta. Palabras encogidas, sin espacio y sin métrica, caos ordenado, periferia y frontera.
Entonces llega la noche, la digestión pasajera, el parpadeo de los semáforos y las sombras de las aceras. Habitaciones amuebladas, balcones de madera, estrellas con hilo bordadas a ventanales envueltos de hiedra. La ciudad cosida a tus ojos, su pálida luz te ciega, te excita y repele a un tiempo, te atrapa aunque no quieras.....
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