Escapé de marzo. Abandoné el invierno mientras la nieve tintaba de blanco mi equipaje de mano. Me escondí de las infecciones respiratorias. Cambié mi caja de pastillas por una cámara nueva que hace fotos viejas. Sobrevolé Zurriola y Burdeos, y la torre Eiffel brillando como los diamantes de Amberes.
Amanecí en un hotel barato, frente a una marquesina y tres tranvías, rayando el asfalto, hacia el centro de una ciudad que recordaba a otras excepto la mía. Es fácil encontrar pequeñas diferencias que se hacen enormes cuando recuerdas con los cinco sentidos, y cierras los ojos, y te viene el sabor a la boca.
Aparté las prisas de mi camino. Cambié el cercanías por un barco, y el coche por una bicicleta vieja, con una cesta de madera, para transportar tulipanes y algunos quesos, cruzando puentes por encima de tu vientre bañado por el océano.
Morí atropellado por vehículos de dos ruedas. Resucité con la brisa mecida en espiral, viajando por una libertad sin frenos, sin cerrojos y sin cortinas, dejando ver estanterías con libros, cuadros sobre papel pintado y documentos sobre mesas decoradas con jarrones y flores frescas.
Los atardeceres rojos se reflejaban en espejos dorados, con maniquís ofreciendo amores de saldo frente a terrazas con Amstel y Jupiter, escuchando jazz sobre piedras con trompetas y contrabajo. La gente soñando, sin ataduras, desnudando la noche estrellada al final de los días, con bombillas en los canales, trípodes en dirección a la luna, pensamientos en dirección a los sueños, y la calma, por fin, presidiendo mi vida...
*Por una vez he de decir que las fotos son mías.
Me ha encantado!!! Con lo dificil que es resumir un viaje en tan pocas palabras... excelente (las fotos también)
ResponderEliminarGracias Anica!!. Feliz fiesta de la primavera...
ResponderEliminarMe gusta, mucho, tu síndrome del cámara... que siempre lleva una mirada de ventaja al mundo.
ResponderEliminarAnónimo. Deberías escribir. No dejes nunca de escribir.;-)...
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