A estaciones con máquinas expendedores de deseos. A trenes como serpientes escurridizas que tiemblan para escaparse en cinco pitidos. A despertares que te dejan la mirada submarina, los músculos desplomados y las palabras desnudas. A goma quemada. A prisas. A cigarrillos mal fumados en aceras torturadas. A carteles luminosos y destinos con poca luz. A periódicos gratuitos con malas noticias y empates deportivos. A soledades compartidas. A sonrisas dirigidas a espejos electrónicos. A uñas mal pintadas, camisas mal planchadas y cordones desabrochados. A estornudos, carraspeos y silencios interrumpidos. A entrevista de trabajo, despidos y huelgas acabadas. A faldas largas en distancias cortas. A libros cerrados de un portazo, con historias llenas de paseos por playas que aquí no tenemos. A un padre de familia que no pasó el tribunal médico y pide una pequeña ayuda. A cansancio. A nostalgia y alguna preocupación. A recuerdos y desenlaces. A resignación y velocidad. A sábanas limpias pero abandonadas. A rendiciones grises y lluvia en primavera . A fotos tamaño carné, bolígrafos ligeros y una libreta con el petit prince, que escribiría entera para ti. Al tiempo que perdimos buscándonos. A las arrugas de la incertidumbre. Al perfume que me recuerda lo lejos que estamos de vivir, y que inhalo hasta dentro, mientras su olor va creciendo por inducción, secreción y fricción hasta introducirse en mi cuerpo...y en mi mente...
*Foto: José Ruíz Quesada.
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