viernes, 21 de septiembre de 2012

Cosas por las que llorar cien veces-Kou Nakamura

Sí, es cierto, este libro provoca alguna que otra lágrima. Ideal para comenzar el otoño con algo de mar en los ojos, o por lo menos, con una lluvia fina en la mirada.

Nuestro protagonista celebra la recuperación de su perra proponiendo a su novia que se case con él. Deciden vivir juntos y ella enferma.

Quedaba con ella, cantábamos, nos reíamos, nos enfadábamos. Diariamente salía puntual del trabajo y me dirigía al hospital. Cada vez le costaba más hablar.Tenía las cejas despobladas casi por completo, y los brazos tan delgados que daba la impresión de que se le fueran a romper. Su voluntad se le había debilitado tanto que parecía transparente y, a veces, sonreía con tan poco fuerza que daba lástima.

Un día abrió los ojos y dijo que quería tomar leche. Algo sorprendido, fui al quiosco y compré un cartón de leche. Ella se incorporó sin ayuda. Después de mucho tiempo mostraba una sonrisa. Sin duda había vuelto la vitalidad a sus ojos. Saqué una de las manzanas y le pregunté,¿quieres?. Sí, respondió ella. Se la pelé poco a poco. Ella olisqueó la manzana, me miró, y tocó mi cara. Lo hacía todo como si estuviera descubriendo el mundo. Nos besamos y sus labios tenían un ligero sabor a manzana. Entonces nos pusimos a hablar. Su memoria estaba confundida, y lo que había pasado hace un mes se superponía con lo de hacía una año. Poco a poco dijo que estaba cansada y cerró los ojos. Yo me quedé mirando y, al poco, ella respiraba profundamente dormida.

Dormía como un viejo delfín que salía a la superficie para respirar. Eso era lo que parecía. Fuera comenzó a nevar. Volví a mirar hacia la cama y vi que ella me estaba mirando y dije:
¡Nieve! 

No respondió sino que se quedó mirándome fijamente. Sonreí, pero su expresión no cambió. Le cogí una mano. Una hilera de lágrimas comenzó a derramarse por sus ojos como una película con los fotogramas muy espaciados.

Todo irá bien-dije yo-. Todo irá bien.

*Siguiendo la pista de autores japoneses actuales, encontré a Nakamura. En la contraportada entroncan al autor con la tradición de los libros de Murakami y Banana Yoshimoto ( esta última es de mis imprescindibles), y también con la sensibilidad de Amelie Nothomb (que tiene sus admiradores y detractores). 

Por un momento, en los principios, llegué a pensar que me encontraría con un texto pusilánime, un poco ñoño, pero en absoluto. El texto funciona bien, es fresco, prácticamente sin adornos, carente de toda pretensión, y ejemplo de esa cotidianidad sensible que caracteriza a la literatura japonesa actual, de sensorialidad empapada, que alcanza lo poético sin rebuscar demasiado. 

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