Verano. Donosti. Festival de Jazz. Hace viento. Una preocupación: que las nubes no empiecen a llorar. Cerca de allí, mis pasos se encuentran con un escenario pequeño y modesto situado en el paseo de Zurriola(un marco incomparable). Un saxo enciende la noche. Una voz desgarra la luna. El movimiento del aire mueve mi ropa produciendo un extraño efecto de luces y sombras.
Gora Cádiz se escucha de lejos. Un desconocido se presenta como Antonio Lizana y su banda. Asientos desnudos. Observatorio pasajero. Escenario de paso. Mi curiosidad y la curiosidad de unos pocos no se decide todavía a tomar asiento. Algunos modernos han dejado atrás el final del concierto de las Vivian Girls, también hay viandantes que mantienen conservaciones de lata de cerveza y alguna rezagada tabla de surf abandonando la playa, alejándose del rugido furioso de las olas.
Un puñado de personas decide tímidamente tomar asiento. Las notas de un piano arrancan el interés. Suena el bajo, el sonido del saxo nos transporta a alguna parte extrañamente conocida y lejana al mismo tiempo. Flamenco-jazz. Algo perfecto para calentar el ambiente fresco, música del sur en el norte. Fusión, mestizaje. La belleza es una, única, no importa.
Cada vez más gente se acerca. Si estás de pie ya no ves nada. Poco a poco, la decisión gana la partida a la duda. Algo interesante se disuelve en la atmósfera. Los asientos se van ocupando. Los que entienden de jazz aplauden. Son sabios aplausos que parece estructurar la canción, como si determinasen los turnos en los que han de intervenir los instrumentos. La gente empieza a estar comprometida con la música. El interés se despierta, deja de ser provisional, la gente transitando está a punto de ser conquistada. Durante un momento el escenario ya no parece pequeño, el público envuelve la zona, el acceso está cortado por la emoción.
Suena su voz y la noche llora, pero ya nada importa..
(Por cierto. La foto es del cartel ganador)
(Por cierto. La foto es del cartel ganador)
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