A veces, después de leer de forma encadenada dos o tres libros que no terminan de convencerte, quizá porque la historia no llegue hasta ti, o porque has terminado infinitamente más perdido que comenzaste, te diriges a la librería más cercana en busca de una novela para desengrasar. No necesitas nada especial, tan sólo una historia amable. Entonces comienzas a mirar por las estanterías, en la sección de novedades, en el apartado de libros recomendados, en la lista de los más vendidos. Vas a la busca y captura de un autor que no conoces. De repente tu mirada desciende, hasta aterrizar en una portada que te resulta extrañamente atractiva, lees por la parte de atrás, y decides apostar por ese autor.
Yo aposté hace poco por Shuichi Yoshida. Por detrás leí: ¿es Yoshida el Steig Larsson japonés? Entonces, continué leyendo y me adentré en una historias de asesinatos, investigaciones, víctimas, culpables en el trasfondo de un Japón espectral. Aunque,¡¡¡cuidado!!! a veces, de forma desacertada, el texto de las contraportadas puede traicionarte, y desgraciadamente, si lees demasiado, tal vez la historia acabe relativamente destripada.
(..)La carretera del eco, que cubre el trayecto entre Nagasaki y Fukuoka, se empezó a construir en 1979, la espesa vegetación que crece a ambos lados y cubre la carretera la convierten en un lugar lúgubre, incluso de día, y de noche, sea cual sea la velocidad a la que vayas, te sientes inquieto, como si estuvieses recorriendo un sendero de montaña con la única luz de una linterna.
Tiene todos los ingredientes de la novela negra: asesinatos, intriga, giros inesperados. También todos los ingredientes de la novela Japonesa: sensualidad, mezcla de salvaje y delicado, sensibilidad al detalle, la mezcla de la tradición con la sociedad ultra moderna.
Me gusta el ritmo de la novela, la construcción de los personajes a través de una impactante y minuciosa exploración de las vidas de víctima y asesino, y como se tratan otras constantes de la literatura como la soledad, la mentira, o la distancia entre la realidad y el deseo.
Una historia contada con precisión y elegancia, una dosis de esa literatura japonesa que tantas sensaciones produce. Llevada a la gran pantalla. Me ha enganchado totalmente.
(...)Mitsuyo se acercó al faro, se asomó por encima de la cadena que servía de barandilla y echó un vistazo al mar que rugía a los pies del profundo acantilado. Las altas olas chocaban contra las rocas como si quisieran pulirlas.
El año anterior, el día de nochevieja, eran más de las seis cuando salió del trabajo. Sin saber que hacer, Mitsuyo cogió la bicicleta y fue a un centro comercial abierto 24 horas. El enorme aparcamiento estaba abarrotado de coches y en el interior del centro había muchas familias con sus mejores galas. Sin buscar nada en concreto, Mitsuyo entró en una librería. En el interior había un expositor con los libros más vendidos. Cogió una novela, pero cuando pensó que volvería al trabajo al día siguiente le resulto demasiado pesada. Salió de la librería y entro en una tienda de discos, cogió en single de Sakurazaka que solía sonar en la librería como música ambiental. Estuvo un rato pensando en comprarlo, y, al final, lo dejó de nuevo en el estante. Echó un vistazo a la calle desde la ventana de la tienda de discos. Vio su bicicleta en cuyo cesto alguien había dejado una lata vacía. Los ojos se le nublaron. Entonces se dio cuenta de que estaba llorando.
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