sábado, 2 de febrero de 2013

Crepúsculo


Cuando vi a nuestro jefe, con sus dedos deformes y puntiagudos como las agujas de una brújula que ha perdido el norte, sentí miedo. Aporreando con violencia las teclas desgastadas, con la mirada convertida en una mueca descompuesta, alejada de todo aspecto humano, su respiración me recordó a Nosferatu con el rictus de la señorita Rotenmayer. Y recordé la crueldad de las profesoras de piano que golpean con varas de castaño, y me sentí como un alumno de una academia soviética, igual que un aspirante a trapecista de un circo chino.

Frente a mi, con las piernas cruzadas, un trozo de carne peluda brillaba entre el calcetín y el pantalón, y mientras sus zapatos sucios oscilaban con la serenidad de un reloj de arena, yo pensaba levantarme ladrando y morderle los tobillos. Mi jefe vivía anclado en el mundo de los impuestos, las compañías de seguros, las chuletas de cerdo y la contraportada del periódico As. Yo era un superviviente entre cadáveres que el tren (como las olas) arrastraba a las orillas de la ciudad del  hielo. 
Todavía la oficina seguía ardiendo como el purgatorio de los vivos, y él me miraba con sus pupilas vacías como lámparas apagadas. Los contornos de su cara eran una masa viscosa que se extendía alrededor del cuello de su camisa. El gesto curvo de su cabeza era como un globo de helio conectado al mundo por el ridículo hilo de su corbata.
Y allí estaba yo, con el rostro entumecido, pálido, con esa enfermedad en la que los ojos se quedan traslúcidos por la ausencia de sueños, mientras su sonrisa, como un tirachinas, buscaba una víctima hacia la que dirigir su fétido aliento. Era la hora del crepúsculo y, la claridad se quedaba carbonizada mientras una especie de tela de sombra  nos distanciaba ligeramente de las cosas. Los compañeros  comenzaban a alborotarse como los animales enfrentados al peligro cuando la crueldad se destila en las sombras. El silencio vestía de ansiedad los gestos. Era la hora de salir y la vida, húmeda y tierna, inundaba de esperanza el exterior. 
Mi jefe liberaba las tensiones de las tablas numéricas, que arrojaban cifras negativas, lanzando una pelota de goma contra el linóleo. Sus palabras dirigidas al aire me escogieron a mí, el más rezagado en ponerse el abrigo: "Necesito que me hagas un informe y es urgente". Tras la bofetada de su boca, mis ojos quedaron cristalizados en dos enormes heridas que recordaban a las hojas  pisoteadas del otoño. 
 Afuera, en el mundo exterior, el viento desordenaba la vida de aquellos que sonríen, se emborrachan, follan y olvidan, abandonándose a los placeres de las cosas. Reparé en una paloma muerta que yacía en la ventana, mientras las otras palomas, indiferentes, volaban en bandada alrededor de los edificios, y observé a mis compañeros, que se alejaban veloces, una vez más, dispuestos a comenzar el día. 

7 comentarios:

  1. Hay más mundo ahí fuera, aunque no lo parezca desde aquí dentro... y aunque a veces no se sepa qué es mejor

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  2. Querida K:

    Claro que sí. Nunca faltarán otoños rojos, conciertos, fotogramas y fotografías, algo de comida japo o simplemente una porción de tarta de chocolote, personas que te envuelven con sonrisas como si fuesen el papel celofán del alma, poesía de la buena, inquietud, esperanza por lo quede por venir, nosltalgia de todo aquello que no pasará, y alguna forma conocida de amor...

    Esto sólo era una ejercicio para describir de una forma relativamente canalla la crueldad.

    Gracias por pasar a verme. Saludos ;-)

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  3. La vida es un tortuoso camino, lleno de piedras que lo obstaculizan, llamadas jefes.
    Muy buen blog. Me quedo.
    Cristian D Gonzalez (Tragicomedia existencial)

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  4. hay afuera todo es mas crudo pero mas placentero

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  5. Cristian: La vida es una carrera de fondo con obstáculos...

    Gracias por pasarte.

    Kenya: Lo sé, la realidad puede ser todavía peor que la ficción. ¿Dónde has estado? Hacía mucho que no te leía.

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  6. Cada vez más locamente cuerdos en este mundo de insensatos caminantes que, ciegos de miedos, vicios baratos y éxtasis sin sentido, deambulan por las calles de un mundo adormecido.

    La realidad siempre nos da la hostia, y nos hace poner los pies en el suelo.

    Un saludo.

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  7. Marisa: La realidad nos despierta a empujones de los mejores sueños sólo para dejarnos dormidos...

    Felices noches.

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