Desde la ventana rinde cuentas a la noche. Chupa un cigarrillo liado que le produce una extraña y placentera sensación de cansancio, los segundos flotando densos mientras danzantes recuerdos color sepia se entremezclan con la retrospectiva del día. Está envuelto en una toalla, un aliento de luz sale del baño y las gotas de vapor resbalan como babosas por los azulejos.Sobre una mesa, una taza de café sobrevive desde hace días, muy cerca la bolsa de los bizcochos ha sido manipulada con violencia,en frente, el televisor escupiendo imágenes indiferentes que golpean contra la pared.
Su cámara visual encuadra horizontes infinitos, la información de los pixels desvirtuada por una cortina de lluvia que desdibuja el presente.Casi no se ven los estrellas de acero pero a lo lejos laten los neones al ritmo de otra batalla perdida, el frío se extravía entre la muchedumbre repartiendo la soledad como un perfume que se adecua distinto a cada cuerpo. Los camaleones eléctricos manipulan el trafico, los claxons marcan el ritmo de la sinfonía de las prisas, el eco de las pisadas arranca de cuajo el silencio.
Tres cuartas partes del cigarrillo consumido: en una de las caladas dejó su bicicleta frente a un puente colgante, en otra calada observó el movimiento del agua del río con la curiosidad valiente de un niño, en la última calada, justo antes de volver a la realidad, su pecho desnudo notó la caricia del viento.
Inspirado tras leer Bariloche de Andrés Neuman.
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