Foto robada a Cim de Silleda Y volver atrás, y salir por la puerta trasera de este invierno que nunca termina de comenzar pero tampoco se acaba. Y lanzar por la ventanilla todo lo que nos pesa; y ver como la piel se estira frente al espejo, recupera su brillo y el marco malva de los ojos se apaga. Millones de pelos cruzan las cataratas del grifo de ducha para instalarse de nuevo en lo alto de ti. Las muelas vuelven a las encías, las neuronas resucitan, las células se despiertan, la grasa se diluye y el estómago se endurece.
Y los días de ceniza vuelven a sus ceniceros, marcha atrás, entre cuerpos que hacen pausas en los andenes; y el agua regresa a la atmósfera desde tus zapatos calados; y las lágrimas, remontando a contracorriente tus pómulos, suben por las pestañas hasta evaporarse en tus retinas vacías; y las hojas vuelven al calendario, y las oportunidades a los sueños, y los minutos a los relojes, y los túneles se derrumban y crecen las montañas. Los contratos vuelven al cajón oscuro de dónde salieron, y la tinta de tus firmas al gris de sus bolígrafos. Y las cajas embaladas deshaciendo mudanzas, y los regalos empaquetados; y las entradas de conciertos, los recibos de la luz, las nóminas olvidadas, las listas de la compra, que nunca terminaron de llenar tu nevera vacía, comienzan a cobrar vida desde los cubos de basura. Y desaparece la niebla: los enfermos abandonan los hospitales, los barcos varados vuelven a faenar, los aviones regresan a las pistas de aterrizaje y los trenes a las estaciones. Las despedidas ahora son encuentros; los prejuicios abandonan las conciencias, las libretas quemadas vuelven a necesitar poemas para apagar incendios, y aquellos que robaron horas a los días absorbentes del alma salen de los tribunales. Los lirios marchitados, los libros olvidados, los ecos perdidos nacen, crecen y gritan. Y el tiempo se para aquí: y sólo así estamos juntos tu y yo. Atrás quedaron las cartas lacradas de dolor, la distancia oscura, el desequilibrio y la duda, la encrucijada del destino, los espejos invertidos. Ahora me viajas por dentro, visualizas todos los fotogramas velados en el cinema de mi alma, abres todas mis puertas, enciendes todas las luces, descifras todos mis mapas y encuentras la salida de mi bosque en el que estabas perdida. Ahora mis labios retienen el calor de tus primeros besos, y nos quitamos la ropa para quemar el futuro, y caminamos sin prisas, y no sé si son tus ojos o los míos los que provocan el eclipse al abrazarnos toda la noche, ahora mis manos huelen a mar si tocan tu piel. Ahora: tu destino y mi origen se encuentran en el mismo precipicio.
Estoy solo, la mayoría de los paseantes han regresado a sus casas, leen el diario de la noche mientras escuchan la radio. El domingo declinante les ha dejado un gusto a ceniza y piensan ya en el lunes. Pero para mí no hay ni lunes ni domingo; hay días que se empujan en desorden y, de pronto, relámpagos como este.
Amores imposibles cuando descubres a la chica que en el tren te mira a los ojos cada mañana haciendo cola en el banco con su novio Miradas furtivas en la misa de once que acaban en una cita en el discobar Bares con olor a frito donde se niegan penaltis Goles marcados el sábado como si en ello nos fuese la vida Aceras por descubrir (ínsulas extrañas de luchar contra los coches, los nuevos gigantes Sancho) Valiente muerte juvenil sobre las ruedas de fin de semana, equipo de piernas para sillas de ruedas Mujeres con depresión que se asfixian subiendo al cuarto piso David ecologista intentando abatir a Goliath ministerio de obras públicas Cola del paro, Ley de extranjería, olmos y plátanos por palmeras y lianas
Sin salir de mi ciudad, el mundo se ha convertido en una apasionante aventura.
Yo no los escogí, fueron un regalo del destino. Sí, echaré de menos mis zapatos de cordones. Significaron mucho para mí: la representación del equilibrio, el nexo de unión con las calles, la dulcificada amplificación de los sonidos cuando las aceras sucias de la noche son sólo nostálgicas melodías que se cuelan en mis sueños. Y ahí estaban mis zapatos de cordón, cuando mis pies pisaban cristales rotos de fiestas anteriores y colillas todavía encendidas.
Estuvieron siempre en el lugar más especial de mi guardarropa y me los ponía a diario. Con ellos, caminar y volar representaban la misma acción. Eran confortables, me dotaban de un aspecto ligero, elegante, con el grado de sofisticación exacto, y me conferían la seguridad de aquellos que se mueven por la ciudad con el paso firme y la espalda recta.
Habíamos llegado casi al límite máximo de la plenitud cuando mis zapatos se rompieron, y de no ser así hubiésemos conseguido ser la articulación perfecta, una aleación química sorprendente, un sindicato justo. Pero se rompieron, ¡Desgraciadamente se rompieron ¡Sí, se rompieron! Aquel día habíamos caminado durante horas y los túneles oscuros se nos hicieron demasiado largos, visitamos esquinas prohibidas persiguiendo huellas de huidas que vendrán. No pudieron soportarlo más, demasiadas idas y venidas, demasiadas fugas, demasiado barro para llegar al final de nuestro destino.
Al día siguiente, mientras caminaba descalzo entre las hojas de mi casa sentí dolor, mucho dolor, el mayor dolor de toda la historia de mi dolor; y abrí la persiana, y mi canario cantaba y le grité para que no lo hiciese; y miré al cielo, entre resignado y confuso: que saliese el sol era una falta de respeto.
Los días se repiten, te arrastran hacia un final previsible. Protagonizas una película sin giros ni contratiempos. ¿Qué hiciste ayer? ¿Qué harás mañana? -te preguntas-. Los recuerdos son sólo una persiana rota que cuelga sobre la ventana de tu mente.
En la desembocadura de las horas, en el desfiladero de la noche, permaneces quieto como una fotografía mientras el reloj de pared se encoje sobre el viejo sofá, eres desperdicio y pizza fría en una caja de cartón, eres un mantel con salpicaduras de grasa, una cerveza caliente y un papel escrito con letra decrépita que apenas dice algo bueno de ti. Existe un orden extrañamente establecido y tú solo formas parte de una ecuación cuyo resultado es la muerte. Acabas de entrar al quirófano, anestesiado, adormecido frente a los envenenados estímulos de tu televisor. Cierras los ojos hasta comenzar un nuevo día, el mismo día que otros días. No hay sueños: solo duermes. Los sueños están desintonizados, atrapados entre la nieve gris con la que terminó la programación, la vida sólo existe en las películas, tú no puedes escapar...
Por fin me he comprado una tele en color
y la otra noche
me topé con una peli
y hay un tipo en
París
está sin blanca
pero viste un traje muy bueno
y lleva la corbata anudada a la perfección
y no está preocupado ni borracho
sino que se encuentra en un café
y todas la mujeres preciosas están
enamoradas de él
y de alguna manera consigue pagar el alquiler
y seguir subiendo y bajando las escaleras
con camisas limpísimas
y advierte a algunas chicas
que mientras ellas son incapaces de escribir poesía
él sí es capaz
pero en realidad no le apetece
en esos momentos:
en vez de eso busca la Verdad.
mientras tanto lleva el pelo cortado a la perfección
no tiene resaca
no tiene tics nerviosos en los ojos y posee dientes blancos
Estoy encerrado en una oficina: me acuna una canción de teclas; las mamparas de cristal se levantan como diques más allá de mi cabeza; bloques de hielo peinan el aire a mis espaldas; las nubes pasan por el techo pero no puedo verlas; bocanadas de asfalto entran por los vanos y los claxons de los coches llaman distantes. Clavado en mi sillón, al lado de un horrible aparato de escanear imágenes, dictando ordenes, correspondencia dirigida a vidas inexistentes... escribo mi primer libro de versos. Un pésimo libro de versos ¡Dios te salve, amigo, de la inquietud del rosal! Pero lo escribo para no morir.
Un soplido de poniente
descompuso mi mundo.
Mis cenizas esparcidas
recogí,
una a una.
Caminé desnudo por la calles,
pasé cien noches
en el barrio de los lobos
y desperté.
La ciudad que me gritaba
ahora escucha mi rugido.
Con la misma
esperanza vimos, una a una, envejecer colinas. Sobrevivimos al mar
dejando seis huellas a cada paso. Explosiones también hubo que nos
hicieron daño. Tu pequeño cuerpo fue ovillo frente al ventilador de la
nevera, y yo apoyaba mi cabeza en tu espalda, y te contaba historias
acariciando tu pelaje con mis manos todavía mojadas del fregadero.
Aprendí a
vigilar tu respiración, tus sueños, pero la madrugada nos cogió
desprevenidos. La noche era pánico, frenazos urgentes, motores rugiendo
de dolor en calles mal iluminadas, coches mal aparcados, y frío,
demasiado frío para comienzos de otoño. Tú no caminabas y te cogí en brazos para buscar refugio en aquel lugar que olía a química y a muerte.
Tumbada, con
el alma que iba y venía y la mirada perdida, acaricié con los dedos tu
cara que ya es recuerdo. Y tus ojos, un destello sin luz suficiente
como para perseguir mis movimientos desordenados, apenas miraban. Te
dejabas hacer, inerte como un muñeco sin cuerda, pero tuviste fuerza
para levantar la cabeza y, usando esa voz que sólo utilizo cuando hablo
contigo, te pregunté: ¿nos vamos a casa? Y contestaste que querías
quedarte allí, mientras la vida se acercaba y huía como una bombilla a
punto de fundirse.
El silencio
te buscaba. La oscuridad se hizo. Y desde entonces no ha parado de
llover, y las noches me queman de frío mientras te invoco, te reclamo,
te siento y retorna tu imagen. Y cada minuto es un minúsculo adiós. Y
los días son un vacío entre instantes que recuerdo como nuestros.
Y me abandono al dolor, con el rictus todavía descompuesto en moléculas
de agua y sufrimiento, y me estremezco cuando el olor de tus cosas
impregna mis manos, y mi cocina está ausente de ti, y mi nevera vacía. Y
el futuro me hiela los brazos cuando pienso que envejecí diez años en pocos días.
Las
partículas de tiempo se sucederán, a la vez que perdemos la memoria, cuando el olvido definitivamente te lleve y estemos acercándonos. Y
los árboles crecerán, y les cortarán sus ramas, y volverán a crecer. Y tu
recuerdo dejará de ser un dardo certero, porque nunca has muerto, lo sé,
te adelantaste sólo para esperarnos en la cara oculta de la luna.
15/10/13 Luché por conciliar el sueño, pero tu recuerdo inundó mi noche de nostalgia. Xila, hace falta sonreír para pronunciar tu nombre.
Te concentras en la lluvia. Ahí fuera la ciudad es como un pequeño televisor a oscuras. Los semáforos parpadean, cansados, dejándose llevar por la espesura de la noche. Cierra los ojos, estás a salvo. Puede que el ascensor que sube a tus sueños esté averiado pero tienes cometas verdes en tus retinas para volar. Lo sé, tu ángel de la guarda perdió mucha sangre en aquel accidente aéreo, pero se pondrá bien. Abrirá sus alas para planear sobre un cielo sin cúpulas ni asfaltos. Regará las estrellas de tu jardín de otoño.
Mañana seré más rápido, miraré la luz estroboscópica* y me mantendré a flote pero hoy me siento bastante bien escondido.
Probablemente nadaré a través de algunas lagunas. Tendré un otoño a cada paso. Llegaré pronto para contarte mis mañanas.
Mejor tráete ropa de repuesto para que podamos navegar con nuestros pianos risueños en un rayo de luz, Pero esta noche me siento bastante bien escondido.
(Versión recortada de Alex Turner- B.S.O SUBMARINE).
*Porque no controlo el sueño que parece habitar mi futuro...
Un libro de poemas provocador. Con diferentes opciones morales: algunas cuestionables. Poemas oscuros como la noche, incluso sádicos, o fragmentos de un diario íntimo, el poeta es un cosmos, un hijo de Manhattan, una voz grave contra el espejo del mundo real.
Solo, en medio de la playa, Jota miraba. Descalzo, con los pantalones remangados para no mojarlos, ligeramente inclinado hacia delante miraba: por el suelo. Estudiaba el punto exacto en el que la ola, después de haber roto una decena de metros atrás, se extendía -convertida en lago, y espejo y mancha de aceite- subiendo por la delicada pendiente de la playa y al final se detenía -el borde extremo pespunteado por un delicado perlage- para vacilar un momento y al fin, derrotada, intentar una elegante retirada dejándose caer hacia atrás, por el camino de un regreso aparentemente fácil, pero en realidad presa destinada a la esponjosa avidez de aquella arena que, hasta entonces indolente, despertaba de improviso y la breve carrera del agua que rompía se evaporaba en la nada.
Jota miraba.
En el círculo imperfecto de su universo óptico, la perfección de aquel movimiento oscilatorio formulaba promesas que la irrepetible unicidad de cada ola en sí condenaba a no ser mantenidas. No había manera de detener aquella continua alternancia de creación y destrucción. Sus ojos buscaban la verdad descriptible y reglamentaria de una imagen segura y completa; y acababa por el contrario, corriendo detrás de la móvil indeterminación de aquel ir y venir que a cualquier mirada científica adormecía y burlaba.
Era necesario. Tenía que dejar de correr detrás de aquel columpio agotador. Antes o después entraría -en el marco de aquella mirada que él suponía memorable en su científica frialdad- el perfil exacto, pespunteado de espuma de la ola que esperaba. Y allí se quedaría, como una huella en su mente. Ese era el plan.
Océano Mar-Alessandro Baricco.
* Imagen mental fabricada en blanco y negro. Cicatriz en la piel. Tatuaje de vida. Origen y destino: el mar. Definitivamente, el verano ya es recuerdo.
Nadaba con entusiasmo, como si tomase lecciones de danza para otra vida, como si el mar fuese un futuro a punto de extinguirse. Se dejaba llevar por las pequeñas corrientes, incluso en algún momentos deseó morir en aquel lugar. Cuando salía del agua, con la piel resbaladiza como un melocotón recién pelado, se recostaba bajo la caricia del sol. Dormido parecía feliz, la aureola de su pelo le dotaba de un aspecto mezcla de ahogado y ángel que acababa de beberse la eternidad, luego observaba como los reflejos metálicos del sol partían el mar en dos hasta que la oscuridad se llevaba las horas lentamente. La luz reverberaba en las baldosas, la gente reía mientras el ocaso inundaba el horizonte. En la ducha se quitaba el salitre acumulado en las cejas. Las palabras brillaban, el universo latía. En aquellos días el optimismo bailaba en su mente, lo inundaba todo: el ahora y el nunca.
Pero el tiempo cayó como una pena de muerte, y sonó ese viejo despertador, y la ciudad volvió delimitando el aire, y cuando caminaba: prisionero de la transparencia, entre los edificios y la publicidad, se sintió perseguido por la imagen del vacío. Tuvo la misma sensación en aquel tren lleno de cuerpos encogidos, arrinconados en la piel de los vagones retorciéndose y encorvándose mientras la vida se escurría a pequeños intervalos. Eran extraños conocidos, resignadas marionetas de sangre presentes en las superficies del pánico y el aburrimiento, del coma y la serenidad.
Al final de la tarde se recostó en el enlosado de la cocina, y mientras escuchaba el rugir del estómago en su nevera vacía, repasó los múltiples sentidos de la vida, y el día se apagaba y la nausea ganaba terreno, y su cuerpo estalló contra el infinito. Miles de pensamientos de vida desfragmentados se acurrucaban en la posición eterna del vencido: recordándo. (nos)
Es verano: el definitivo deshielo. No dejemos que se acaben las cerezas. Olvidemos los relojes, los días son pasado, permitamos que la luna se nos derrita entre los dedos. Tu saliva es el cielo.
Era otoño y el mapa de isobaras predijo inundaciones en el norte. Fuimos tormenta que entró por el atlántico, arrasando todas las ciudades del mundo al mismo tiempo. Te amé torrencialmente, y cada relámpago gritó tu nombre.
(No recuedo exactamente, pero en algún lugar leí algo parecido que inspiró este poema).
(..)Yo andaba viendo que la luz confluye desde los objetos.
Los pedazos del mundo se enredaron en la persiana. Pasó la luz. Y mientras el silencio me mordía la piel, el amanecer formó en mis retinas heridas desordenadas.
Apareces perdida en la pantalla de mi
teléfono. Te imagino caminando sola, sin rumbo, en la oscuridad de esta odiosa
ciudad en la que todo el mundo tiene un lugar adonde ir. Entrarás en un antro
cualquiera y pedirás una bebida, quizá Martini. Un tipo sentado a tu lado
intentará abordarte con insistencia, pero el dueño del local intervendrá y te
dejará en paz. Luego, achispada, volverás a tu casa en taxi con los ojos
hinchados. Abrirás la puerta. Allí dentro, todo seguirá igual, como el museo
intacto de un amor perdido. Sus discos seguirán en tus estanterías, su ropa
mezclada con la tuya. Te pondrás cómoda, utilizando su pijama impregnado por el
perfume del desengaño. Encenderás un cigarrillo liado. Dejarás que el hachís y
la nostalgia inunden tu memoria hasta que el cenicero se llene de heridas. Te
beberás la botella de vino que dejasteis a medias. Morderás un pedazo de queso
mal partido que sobró. Te atiborrarás a pasteles, dejando el de chocolate para
el final, mientras ves por enésima vez esa película en la que se cuenta la
historia de un amor imposible. Tú, Cloe, te enamoraste de quien no debías, al instante, pese a que te lo
advertimos, pese a mis teorías, con las que intentaste creer que conspiraba
contra ti, y que desmontabas en nombre del jodido concepto del amor.
Ya estarás borracha,
y querrás ser tan canalla como esos poetas a los que él adora más que a ti. Y
tal vez recuerdes sus ojos, esos que en las despedidas cambiaban al color del
acero, y que cada vez que mirabas te transportaban con él a Siberia. Y cuando
entres en la cocina, observando los platos sin fregar del mediodía, pensarás
que está cansada, sí Cloe, cansada de perder trenes y coger resfriados, y te
tumbarás sobre el hueco helado de las sábanas que él dejo, y mirando al techo
para buscar respuestas, te rendirás, e intentarás encontrar en los sueños la
oportunidad de un nuevo día, pero no podrás dormir y me llamarás. Sí, Cloe, me
llamarás, a mí, a Mauro, tu amigo Mauro, ¿me recuerdas? Soy ese
tipo con el solías pasear, ese que al principio te gustaba un poco. Es cierto,
a él también le gustabas, pero fue tan inseguro en los momentos decisivos que
consiguió que todo fuese tan despacio como para enfriar las cosas.
Y a la mínima
vibración del teléfono, tal vez un poco de viento, soñaré que eres de nuevo tú:
Cloe, la única Cloe de mi oxidada agenda. Y sonará esa canción que programé
para tus llamadas que habla de nosotros, y durante esos segundos de escalofrío
y dudas, recordaré el día que acompasamos deseos en aquella tarde de césped y siesta
susurrada, o las veces que jugué a unir mi apellido y el tuyo. Y pensaré por un
instante que realmente no debería descolgar, pero descolgaré, y no sabré que
decir, me quedaré callado, mientras tú, entre lágrimas, me pedirás que te
recoja con mi coche, que quememos la
M-30 mientras aullamos canciones de Benjamin Biolay, para luego
bebernos la noche entera, y romperemos a pedradas todas las farolas de este
mundo, mientras la vida, quizás, me da otra paliza sólo para que tú te sientas
mejor.
Porque huele a sexo en los últimos asientos del bus nocturno, porque ese verso escrito sobre el cristal me arrancará la ropa, porque mi mano tiembla cuando eyaculas palabras que se extienden sobre el papel, porque la poesía nunca estuvo tan viva. The Star-Crossed Lovers(aka Pretty Girl) by Duke Ellington on Grooveshark